Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista
Es evidente que la Educación está en crisis porque lo está la sociedad. Y viceversa. Hay un estado de ánimo que considera que los intentos de reformas de la enseñanza han fracasado y la desmotivación es global. Tal para cual. La Educación es reflejo de una sociedad en transformación sin un horizonte definido. Lo preocupante es que lo que está en juego es la identidad del ser humano, individual y colectivamente. De ahí el interés del CD (edición digital) publicado por el Estudios Almerienses (IEA), aparecido a finales de 2011, que recoge las ponencias y foros de debate del seminario Crisis social de la Educación ¿parálisis o cambio?, organizado por el Departamento de Ciencias del Hombre y de la Sociedad del IEA, y celebrado los días 17, 18 y 19 de marzo de 2009 en el salón de actos de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). El seminario fue una reflexión colectiva con participación de profesores/maestros, padres, pedagogos, en un debate abierto que puso obre la mesa bastantes rasgos para establecer las causas de la gran crisis de la educación y qué posibles soluciones se pueden vislumbrar. El llamado ‘Informe PISA’ sitúa a nuestro país y a Andalucía en el furgón de cola de la educación. Sobre la mesa, una realidad incuestionable: más de un 30 por ciento de los alumnos de Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO), en Almería (Andalucía), no terminan sus estudios que abandonan, un fracaso escolar del que nadie todavía ha dado explicaciones rigurosas.
La idea de este Seminario parte de la existencia de un estado generalizado de desánimo que está en el mundo docente fundamentalmente, y que tiene su propia proyección, a veces distorsionada, en los medios de comunicación y del que apenas se habla en el marco de las instituciones.
Estado de la cuestión
Sociedad y Educación, tal para cual, tal como somos. La crisis de la educación es la otra gran crisis, la que viene anunciando desde hace tiempo su gran explosión. Lo comentó no hace mucho, en una conversación informal, el economista David Uclés, profesor de la Universidad de Almería, cuando tuvo conocimiento de la celebración del Seminario. En la actualidad hay más que suficientes advertencias de lo que está pasando. No se puede negar lo evidente, ante una realidad en que todo el mundo está implicado: profesores y maestros, padres, alumnos, partidos políticos, sindicatos, instituciones, ayuntamientos, Junta de Andalucía, medios de comunicación, nuevas tecnologías, cine, teatro, literatura, ciudadanos de toda clase y condición, psicólogos, filósofos, médicos… Y ante el panorama de la realidad actual, los psiquiatras, cada vez más, también se han incorporado al laberinto educativo para desentrañar su compleja realidad. De hecho, la profesión de maestro se ha convertido en una de las de mayor riesgo, y las estadísticas la sitúan entre las que sufren mayor número de bajas laborales por depresión. Y junto a todo esto, la cifra estadística innegable: más del 30 por ciento de fracaso y abandono escolar en la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO).
La LOGSE ha sido un fracaso, la ESO ha sido una decepción. Lo que en principio surgió como la gran esperanza del cambio educativo, con la democracia, se convirtió en el territorio de los grandes fracasos y derrotas escolares de distintas generaciones de alumnos. Hasta ahora y en el futuro. Y tampoco ha servido para brindar la oportunidad de la ‘redención’ a las clases tradicionalmente marginadas del ámbito educativo. El mundo de las escuelas e institutos se ha burocratizado de tal forma, que la derrota está servida.
El acceso a la educación, uno de los puntos destacados de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se está tirando por la borda. Toda una historia de tragedias colectivas populares, conquistando el acceso a la educación, que siglos atrás les estaba vedado, se está desmoronando, por los resortes de una sociedad cada vez más alienada donde la prioridad es el éxito económico. Es evidente que maestros y profesores se han convertido, en gran medida, en víctimas de una sociedad que vuelca en ellos sus frustraciones. Los maestros se quejan de la apatía de los padres y de la mala educación de los escolares, en general. Hay profesores que, ante esta realidad, están dominados por el desencanto, hasta tal punto que se han convertido, en muchos casos, en docentes durante el horario de clase exclusivamente. Y punto. “¿Soy profesor de ocho a tres”, por ejemplo. Y eso, en una profesión, que en conciencia exige una entrega más allá del horario establecido. Pero los profesores y maestros también son padres, y también en sus circunstancias se produce el fracaso escolar. En cualquier caso, la autocrítica es un paso obligado para buscar soluciones.
Y desde el lado de los padres, desconcierto. Han convertido las escuelas en ‘aparcamientos de niños’, de tal modo que los ‘puentes escolares’ o las vacaciones se convierten en muchos casos en una especie de pesadilla familiar por la presencia del niño o adolescente en la casa. Los padres no quieren más problemas y, en muchos casos, se convierten en ‘cómplices’ del alumno contra el maestro.
La sociedad está vigilante y mira al profesorado con recelo. Hay ejemplos en los que el maestro ya no es aquel señor respetado y respetable, que marcaba la diferencia en su entorno social. Pero sigue habiendo muchos maestros y profesores respetables, por su actitud de ir contracorriente, y que son objeto de sorna e indefensión.
Y en medio de todo, los escolares, sobre todo los adolescentes, colectivo gregario que está plantando cara en todas las direcciones (escuela, familia y sociedad). A los adolescentes en grupo se les acusa de una mala educación forjada en caprichos, arrogancia, soberbia, rebeldía, altanería, chulería, rehenes de la sociedad de consumo (“¡niñatos de mierda!”, es una expresión que abunda entre los adultos). Son intocables y están incrustados en una sociedad que impone como reglas sociales: la conquista del poder, la riqueza sin límites como meta de vida, la corrupción en la gestión pública y la ley del más fuerte en la mayoría de los casos. En todo este engranaje, los alumnos son las primeras víctimas, mal que nos pese.
A pesar de todo, hay maestros y profesores, con sus desencantos a cuesta, que cada día dirigen sus pasos a su escuela, a su instituto, como algo más que un lugar de trabajo, haciendo de tripas, corazón para dejarse la piel en las aulas sin querer sentirse derrotados. Se niegan a tirar la toalla, aunque eso sea lo primero que se les viene a la mente. Cada día contemplan a los alumnos en clase, uno a uno y, como dijo en el seminario el maestro Francisco Muñoz Cantón (Colegio Público Indalo), “los convertimos en nuestros niños”. Y eso no se paga ni con todo el oro del mundo.
(Texto publicado en la edición digital del seminario “Crisis social de la Educación ¿parálisis o cambio?)
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