Diego Asensio
Secretario General del PSOE de Almería y Senador
Ocurre con demasiada frecuencia. Territorios castigados por la pobreza reciben un mal día la sacudida violenta de la Naturaleza. Las cámaras de televisión colocan los focos, nos acercan la tragedia a casa y nuestra apacible conciencia de europeos medios se trastoca. Sucedió en Haití, ha sucedido ahora en Pakistán. Unos días después del shock -unas semanas si hay suerte-, los apasionantes detalles de un evento deportivo, un concurso de belleza o unas fiestas patronales borran cualquier rastro de la tragedia. La memoria a veces es corta, pero el problema sigue ahí.
Apenas ha pasado un mes desde que empezamos a contar por cientos las víctimas de las inundaciones en Pakistán, que han dejado más de una quinta parte del país bajo el agua durante más de un mes. El desastre natural, que se ha cebado con uno de los países más pobres del mundo, ha dejado una cifra de damnificados que supera con creces los 20 millones. Se calcula que más de 1.500 personas han perdido la vida.
Las imágenes de las riadas nos conmovieron. El Gobierno español decidió en un primer momento enviar 3,6 millones de euros en ayuda de emergencia y poco después ampliaba la cifra hasta los 5,8 millones. El esfuerzo fue grande, pero el gran riesgo ahora es el olvido. ¿Quién recuerda hoy el terremoto de 2005 en la región de Cachemira? Dejó la impactante cifra de 75.000 muertos.
Lo decía en estas mismas páginas hace bien poco, tras el terremoto que asoló Haití: los desastres naturales no eligen a los pobres para cebarse en ellos, sino que es la misma pobreza la que vuelve vulnerables a los pueblos frente a los desastres naturales. Por eso la ayuda internacional no debe limitarse a paliar los efectos de terremotos, inundaciones o erupciones volcánicas, sino que ha de ir más allá.
España lleva siete años comprometida en la misión liderada por las Naciones Unidas para favorecer la estabilidad política en Haití. Este país antillano estaba ya en el mismo corazón de nuestras prioridades de cooperación internacional antes del terremoto. La reacción solidaria cuando se produjo no se hizo esperar, y el apoyo no desapareció cuando lo hicieron los focos de las cámaras.
En Pakistán debe ocurrir lo mismo. El pasado mes de junio se celebraba la segunda cumbre entre la Unión Europea y el país asiático, en la que se acordó un amplio programa de colaboración. Éste incluye el refuerzo del diálogo en los campos del desarme y la no-proliferación nuclear; la colaboración en el ámbito del comercio para conseguir una mayor liberalización, de cara a incluir a Pakistán en el sistema de preferencias que la UE ofrece a los países menos desarrollados; y sobre todo un apoyo decidido por el desarrollo social y económico pakitaní, que permitirá aumentar los fondos de ayuda de los 50 millones de euros anuales a 75 millones en el periodo 2011-2013.
Los desastres naturales no se anuncian, no van aproximándose día a día, no hay forma de prevenirlos. Sólo construyendo adecuadamente es posible oponer resistencia a un temblor de tierra o una inundación, pero esto es algo que los países escasamente desarrollados no pueden permitirse. Por eso, y por muchas otras razones, la ayuda al desarrollo ha de figurar con letras mayúsculas en la agenda de los países ricos. Nuestras contribuciones personales nos dignifican como seres humanos, cada uno de nosotros debe concienciarse de que en los países menos favorecidos siempre hay razones para implicarnos, aparezcan o no en la televisión y en los periódicos. Pero además, son los gobiernos de los países fuertes los que han de procurar solidariamente el fortalecimiento de los países débiles.
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