El mito de que, antes, en Almería bajaba el paro

Javier Menezo

Hablar sobre el paro se ha convertido ya en un clásico para políticos y comentaristas y, como pasa siempre, dando lugar a docenas de opiniones y análisis, algunos más veloces y poco meditados que pedir en un McDonald’s.

En estos dos años ha sido frecuente escuchar que, en Almería, durante el período 1996 a 2004, bajaba el paro y así tenemos la solución mágica: que vuelva a gobernar el que lo hacía entonces y todo solucionado. Otra versión dice que hasta que comenzó la crisis descendía el desempleo y de ese argumento tras la obligada crítica al egoísmo de Wall Street acabamos negando la necesidad de reformar el mercado laboral. Lo malo es que la realidad desmiente ambas afirmaciones.

En los últimos quince años no encontramos ni uno sólo en que haya bajado el paro en Almería. La causa radica en que un aumento del empleo no significa necesariamente una reducción del número de desempleados, pues los nuevos puestos pueden ser cubiertos por la mano de obra que se incorpora (jóvenes que alcanzan la edad laboral, mujeres hasta entonces inactivas, inmigrantes, etc.) y no por la gente inscrita como parada.

En 1996 la tasa de actividad en nuestra provincia era del 32,53%, es decir sólo trabajaban o buscaban trabajo 4 de cada 10 personas en edad laboral. Hoy esta tasa es la más alta de España, un 68,5% es decir 7 de cada 10 trabajan o buscan empleo. Esto que hoy repercute en las cifras de paro es, sin duda, muy positivo para el futuro y en ello ha tenido un papel central la incorporación de las mujeres al mercado laboral.

Esa incorporación no sólo no se detuvo en la crisis de 2008 y 2009, sino que se ha intensificado, y de paso desmiente otro tópico, el de que el empleo femenino se resentía más con la crisis. En agosto de 2008 una preocupada parlamentaria almeriense afirmó que exigiría medidas contra el incremento del paro femenino. Lo dijo justo el mes en que por primera vez en nuestra historia el número de hombres en paro superó al de mujeres y para que cuadrara el argumento le bastó convertir la cifra de parados en paradas y viceversa.

Poco después otros pedían que en las obras del plan E se pensara en cuotas para las mujeres porque eran las más afectadas por las crisis. Fue muy oportuno porque precisamente en los tres meses anteriores 20.000 mujeres se habían incorporado al mercado de trabajo y conseguido empleo, dejando de integrar lo que hasta entonces la EPA calificaba como inactivas laborales del hogar. Por el contrario, en ese período, el empleo en Construcción, mayoritariamente masculino, se reducía a la mitad.

Ante la pérdida del empleo principal del hogar o el temor a perderlo otros miembros de la familia, en este caso mujeres, salen a buscar trabajo y lo encuentran y, aunque puede en muchos casos ser más precario, al menos es un empleo. Imaginemos que hubiera ocurrido si se hace caso a esas peticiones, el problema se hubiera agravado.

La otra causa de ese aumento fue la fuerte inmigración, necesaria para los cultivos bajo plástico y para la construcción, ya que era el crecimiento de la mano de obra no cualificada trabajando a destajo la que permitía construir mucho para venderlo a los que venían a construir, entre otros. En los últimos 6 años la población activa ha crecido en 80.000 personas.

Hay algo que podemos concluir de este pasado reciente: primero, análisis simplistas llevan a recetas equivocada y después nos advierte de la difícil tarea a que se enfrenta nuestra sociedad después de que la construcción haya dejado de ser el gran motor de creación de empleo. Ahora debemos potenciar otros sectores intensivos en el uso de mano de obra como el de servicios para lo que se requiere una mayor liberalización y hacer nuestra economía más competitiva. Todo eso exigirá, además, cualificar a las personas para los nuevos empleos y continuar con firmeza el proceso de reformas desde la del mercado laboral al modelo energético.

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