Ruth García Orozco
El trágico desenlace de la reyerta del pasado domingo por la tarde, que acabó con el apuñalamiento grave de uno de los tres gorrillas que se disputaban los derechos territoriales sobre el aparcamiento de Oliveros, ha puesto sobre el tapete una cuestión sobre la que sería necesario profundizar.
Estas figuras que han ido introduciéndose progresivamente en nuestro paisaje urbano se han convertido en una molesta realidad que esconde conductas que conectan claramente con el chantaje. Ya es de por sí difícil encontrar sitio para aparcar, mucho más si se pretende que éste sea gratuito, y hete aquí que cuando existe uno te sale de la nada el señor gorrilla con la mano tendida ofreciéndose a proteger el coche mientras que esté estacionado allí. ¿De quién? Se pregunta uno. De él mismo, claro. Es una figura que roza los tintes mafiosos de los personajes sacados de una novela de Mario Puzo que van por los comercios ofreciendo su "protección", y acto seguido, si el infeliz no pasa por el aro, pues se encontraba con funestas consecuencias del tipo de ver su comercio destrozado.
Sin llegar tan lejos, es cierto que en una sociedad supuestamente avanzada, que se rige por los principios de un Estado de Derecho, no es de recibo que los ciudadanos nos encontremos con una clara sensación de desprotección y de vacío en la reacción de los poderes públicos.
Un grupo de personas no puede de ninguna manera salirse con la suya y cobrar esta especie de impuesto revolucionario impunemente, máxime cuando estamos viendo que los resultados de estas conductas son el caldo de cultivo para conductas de pura delincuencia, como el hecho de que aquél que no paga se encuentre con daños en el coche sin que pueda exigir satisfacción alguna y acabe por tener que optar por una de tres: ceder y pagar al gorrilla mafioso, buscarse otro sitio para aparcar (si lo hay y no está también cubierto con este especial "servicio) o bien irse a un aparcamiento público y palmar las elevadas cantidades en ellos solicitadas, pero con la garantía de que se lo encontrará sano y salvo a su vuelta.
Yo tengo un amigo más drástico que el primer día en que fue amablemente solicitado del pago y advertido del riesgo para su coche si no lo abonaba se fue para el gorrilla, lo cogió de la camiseta y con cara de pocos amigos le dijo que no sólo no le pagaba, sino que si algo le pasaba a su coche iba a ir a por él y se iba a arrepentir de haber nacido. A mí no me salen esas reacciones a lo John Wayne, así que agradecería a las autoridades públicas que culminen esas normativas que nos permitan a los ciudadanos y ciudadanas aparcar con tranquilidad y sin extorsiones.
(Publicado en elalmeria.es el día 12 de septiembre de 2010).
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