Javier Salvador
Director de teleprensa.es
A Gabriel Amat, alcalde de Roquetas de Mar y presidente de los populares en Almería, le han perdido el respeto, ya no le guardan las formas y el deporte de moda en el PP es dar alas a los supuestos pactos entre el alcalde popular y la cúpula del PSOE para cerrar extraños y complicados acuerdos urbanísticos. Algunos ya empiezan a dar versiones “desde dentro” de por qué se aprueba el PGOU de Roquetas y por qué desde el PP no se atacan determinados temas que, supuestamente, podrían dañar seriamente a los socialistas almerienses. La historia toma tales proporciones que hasta el que suscribe, que no tiene que guardarle y deberle ningún aire al vampiro del poniente, empieza a sentir lástima del sujeto por la que sus propios amigos le están preparando.
Amat quiere ser presidente de la Diputación como salida definitiva, por la puerta grande, de la alcaldía de Roquetas de Mar. Así, gana las municipales, deja a su sucesora en el puesto sin tener que ganar las elecciones y él se da los cuatros años que está convencido de que se merece y que su ego necesitan para demostrarle a todo el mundo que se puede llegar en burra a un pueblo procedente de las Alpujarras, ser el tipo más rico y poderoso del lugar y luego, para terminar, darse cuatro años como el más importante de la provincia.
Amat quiere ser presidente de la Diputación como salida definitiva, por la puerta grande, de la alcaldía de Roquetas de Mar. Así, gana las municipales, deja a su sucesora en el puesto sin tener que ganar las elecciones y él se da los cuatros años que está convencido de que se merece y que su ego necesitan para demostrarle a todo el mundo que se puede llegar en burra a un pueblo procedente de las Alpujarras, ser el tipo más rico y poderoso del lugar y luego, para terminar, darse cuatro años como el más importante de la provincia.
Como nadie se atreve a decirle que sí, que es una progresión legítima pero que antes debe pasar por el logopeda para no dejar en ridículo a toda la provincia y a su propio partido, la fórmula para convencerle de que debe acotar sus ambiciones a Roquetas de Mar, no ha sido otra que empezar a tocarle los huevos.
De Gabriel Amat empiezan a decirse cosas gordas, cosas mayores, pero lo extraño en toda esta historia es que son los propios opinadores del PP los que tiran de la manta para dejar en el aire muy duras acusaciones que otros, haciendo uso de su deber ciudadano, no dudan en hacer llegar de cualquier forma al círculo judicial adecuado para que, de una u otra manera, tomen nota de lo que queda escrito.
Guerra abierta o encubierta, lo cierto es que Arenas ya no se hace tantas fotos con Gabriel Amat como hace unos meses. Ya no hay ruedas de prensa del presidente del PP en la capital y todo se centra en la figura del alcalde de la ciudad, Luis Rogelio Rodríguez, y sus chicos de confianza, Amizián, Venzal, Aureliano, aunque cada uno de los tres mosqueteros lleva su propia guerra ante una posible sucesión o cambio generacional, ya sea por proceso natural u obligado por escándalo público.
Aún así, pese a que en las ambiciones de cada uno puede estar el origen de esa apertura de veda hacia Gabriel Amat, lo que está claro es que el roquetero no dejará comerse la tostada, porque si bien es cierto que la sucesión política la puede tener organizada y aparentemente ordenada, otra que le preocupa mucho más es el legado familiar, y ahí aún no ha hecho sus deberes, hasta el punto de que se teme de que una caída en lo público también suponga un castañazo en lo privado.
Soy de los que creen, independientemente de que a Roquetas ya no la conoce ni la madre que la parió en lo bueno y en lo malo, que se han hecho cosas tan fuera de todo orden y lógica, que algún día tendría que pagar el inglés el vino que se bebió, pero nunca pude imaginar que sería desde su propia casa, con un acoso organizado o simplemente voceado por sus mediocres compañeros de filas, lo que abriría la puerta del coto para la caza del Amat, ese animal político local de rara especie, quizás anacrónico y que, dado lo que cuentan y escriben con total impunidad los suyos, a nadie parece importar que se extinga.
Así las cosas que se ande con ojo, que parece que Amat tiene o le han puesto fecha de caducidad como a los yogures.
De Gabriel Amat empiezan a decirse cosas gordas, cosas mayores, pero lo extraño en toda esta historia es que son los propios opinadores del PP los que tiran de la manta para dejar en el aire muy duras acusaciones que otros, haciendo uso de su deber ciudadano, no dudan en hacer llegar de cualquier forma al círculo judicial adecuado para que, de una u otra manera, tomen nota de lo que queda escrito.
Guerra abierta o encubierta, lo cierto es que Arenas ya no se hace tantas fotos con Gabriel Amat como hace unos meses. Ya no hay ruedas de prensa del presidente del PP en la capital y todo se centra en la figura del alcalde de la ciudad, Luis Rogelio Rodríguez, y sus chicos de confianza, Amizián, Venzal, Aureliano, aunque cada uno de los tres mosqueteros lleva su propia guerra ante una posible sucesión o cambio generacional, ya sea por proceso natural u obligado por escándalo público.
Aún así, pese a que en las ambiciones de cada uno puede estar el origen de esa apertura de veda hacia Gabriel Amat, lo que está claro es que el roquetero no dejará comerse la tostada, porque si bien es cierto que la sucesión política la puede tener organizada y aparentemente ordenada, otra que le preocupa mucho más es el legado familiar, y ahí aún no ha hecho sus deberes, hasta el punto de que se teme de que una caída en lo público también suponga un castañazo en lo privado.
Soy de los que creen, independientemente de que a Roquetas ya no la conoce ni la madre que la parió en lo bueno y en lo malo, que se han hecho cosas tan fuera de todo orden y lógica, que algún día tendría que pagar el inglés el vino que se bebió, pero nunca pude imaginar que sería desde su propia casa, con un acoso organizado o simplemente voceado por sus mediocres compañeros de filas, lo que abriría la puerta del coto para la caza del Amat, ese animal político local de rara especie, quizás anacrónico y que, dado lo que cuentan y escriben con total impunidad los suyos, a nadie parece importar que se extinga.
Así las cosas que se ande con ojo, que parece que Amat tiene o le han puesto fecha de caducidad como a los yogures.
Si al final hasta le vamos a echar de menos. Bueno, no lo creo.
(Publicado en teleprensa.es el día 21 de septiembre de 2010).
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