Marcial Vázquez
El poder suele ser un veneno que acaba por corromper a los más débiles, pero el tiempo siempre es el antídoto que pone fin a cualquier poder por despótico, corrupto o liberticida que pueda llegar a ser. Ya desde hace unos año se viene especulando con la sucesión del semidiós roquetero, ese ser milagroso que pasó de llegar de La Rábita vendiendo melones a ser el político más poderoso de toda la provincia almeriense, amén de labrarse un patrimonio personal digno del más judicial y detallado estudio. Básicamente existen 3 líneas distintas de sucesión que condimentan el cotilleo popular: la sucesión dinástica, la sucesión político y la sucesión familiar. Veamos cada una de ellas.
La mejor situada en la línea heredera es, precisamente, una mujer, pero no una mujer porque sea mujer y el PP sea así de moderno, sino porque Eloísa Cabrera ha utilizado todas sus armas de mujer para ocupar en un futuro no muy lejano el sillón de la alcaldía. Claro que este sillón, según previsiones internas, no lo ganaría la actual concejala de cultura en buena lid, sino que sería el alcaldone quien ganaría las municipales para, unos meses después, cederle el mando a la concejal. Una prueba evidente de que no existen motivos políticos ni electorales para nombrar sucesora a una persona que no tiene arraigo en la ciudadanía ni cuenta con el reconocimiento mínimo del partido, porque más de la mitad de la actual corporación popular no apoya la elección de Eloísa Cabrera. Bueno, se podría decir que los principales apoyos de Eloísa son el sofá del despacho del alcaldone, que es donde se toman las grandes decisiones, y su primo el concejal de playas, ese que cada foto que se hace, porque es lo único que hace, les cuesta a los roqueteros miles de euros. No hace falta decir, llegados a este punto, que las razones por las que Grabiel quiere dejar su sillón a Eloísa se encuentran entre la sumisión política de la concejal y su eficaz gestión de asuntos de vital importancia para el municipio como es, por ejemplo, que se llene la plaza de toros. Y si no que se lo digan a todos esos militantes del PP y mayores del club de la tercera edad, que tuvieron que soportar llamadas y presiones durante varios días para que acudieran a las corridas taurinas tan deficientes para las arcas municipales pero tan vistosas para los fines electorales y propagandísticos del alcaldone. Ya lo dijo en una de sus últimas reuniones con los sindicatos, que no iba a quitar el dinero de los fuegos artificiales y sus fiestas porque eso eran sus votos.
El siguiente de la lista, que sería el sucesor político, sería José María González, su número dos. Esta opción, que sería la más lógica jerárquicamente, es precisamente la que no quiere Gabrielone. En parte es un pulso entre él y su concejal de urbanismo para ver quién aguanta más para acabar gestionando el partido. No es ningún secreto a estas alturas que no se soportan, quizás porque se conocen demasiado como para tragarse, mutuamente, sin una úlcera de estómago. Pero aunque González cuenta con apoyos muy importantes dentro del PP roquetero, no se puede decir que en todos estos años de gestión urbanística haya hecho algún mérito como para llegar a la alcaldía. Bien es verdad que después de la estadía del alcaldone este sillón está tan devaluado, que ni siquiera un gestor político tan inane como José María podría devaluar, aún más, la dignidad que debe emanar de quien se haga llamar alcalde.
Por cierto, alguien debería explicar por qué cierto familiar directo del equipo de gobierno tiene alquilado un local suyo a la asociación de mujeres y, además, entra y sale del local como Pedro por su casa sin respetar siquiera las más elementales normas legales del régimen de alquiler. Vamos, ya no es que exista tráfico de influencias, sino que tampoco se respeta el código civil.
Y ya, por último, nos encontramos con la sucesión del alcaldone en sentido familiar. Cada vez son mayores los rumores de que el yerno podría entrar en esta pugna sucesoria como solución natural de perpetuación del clan Amat en los círculos del poder. Porque ya se sabe que fuera del poder existe mucho frío y siempre es mejor tener algún sostén para calentarse. Y si el sostén es familia, pues miel sobre hojuelas.
Decía Javier Salvador la semana pasada que la gran ambición del alcaldone era llegar a ser presidente de la Diputación, y que en este caso habría que mandarlo a un logopeda. Yo, la verdad, más que mandarlo a un logopeda lo mandaría a un exorcista para que le saque de dentro todo el mal que lleva practicando desde años atrás, que no es poco. Sea como sea, no podemos felicitarnos porque sea el tiempo quien acabe realizando un deber que no han podido realizar los ciudadanos, y es apartar del poder a un político sin escrúpulos, que además tampoco ha demostrado ningún tipo de ilustración pero sí todo el despotismo que jamás pudo haber soñado en su pueblo natal.
(Publicado en teleprensa.es)
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