Pedro Manuel de la Cruz
Director de La Voz de Almería
Con estridencia interesada el PSOE, con sutileza conventual el PP, los movimientos internos de los dos partidos en la capital se mueven desde hace meses más en el Día Después de las elecciones municipales de mayo que en la búsqueda de ideas con las que atraer a los ciudadanos. No es una apreciación intuitiva. Entre en el disco duro de su memoria y busque los proyectos, las ideas, los argumentos positivos que unos y otros (también hay que incluir a los demás partidos en este sequía) han proyectado en los últimos tiempos. El disco está vacío. O casi.
Lo malo es que este desierto no es un escenario sobrevenido al calor de la inestabilidad interna en el PSOE o a la presumible cercanía al poder de los conservadores. Lo peor es que esta táctica de hacer política se ha convertido en una estrategia para estar en política. En la adolescencia democrática la política era un instrumento al servicio de la acción; hoy es la permanencia el objetivo prioritario. El verbo hacer ha derivado en permanecer. Los dos son de la segunda conjugación, pero su significado no es que sea distinto, es, en la mayoría de las circunstancias, antagónico. Para permanecer lo mejor es no hacer. Quien se mueve no sale en la foto.
Los socialistas han cerrado tres meses en los que nada era lo que parecía. Encarnizados enemigos íntimos –sin exclusión de ninguna de las tribus que componen el PSOE, de ninguna- se han reconciliado (o fingen la reconciliación), ocultando sus rencores en la sombra de la oscuridad de una noche de verano.
Los socialistas almerienses, hace ya años, muchos años, que entraron en una decadencia electoral, tan peligrosa, que cada vez les aleja más de la mayoría. Hay quien achaca este distanciamiento a la falta de vigor en las agrupaciones locales, a la falta de tensión en la militancia, a la ausencia de esa acción profética de los primeros socialistas cuando en los ochenta iban pregonando la buena nueva del felipismo por las barriadas perdidas de los Filabres, los cortijos olvidados de la Alpujarra o las calles llenas de basura y olvido de la capital. Creen, en su añoranza conmovedora, que aquella sociología continúa existiendo y que diez esforzados militantes con un coche con el depósito lleno cambian la mayoría electoral de un barrio con sus viajes a por ancianos a los que trasladar de casa al colegio en la jornada electoral. En su ensoñación romántica no se han dado cuenta, todavía, que el tiempo les ha alcanzado y que el desdén por los políticos o la seducción por la política de éste o aquel partido no es modificable por el voluntarismo militante de un tipo que sólo cada cuatro años cae en la cuenta que su vecino deja de ser un ciudadano desconocido para convertirse en un objeto de deseo electoral.
La tensión electoral intramuros supone, cada vez más, una aportación residual en el haber electoral. Lo eficaz es la acción extramuros durante los cuatro años que dura una legislatura. Treinta militantes cargados de voluntarismo en la sede del partido durante los quince días de una campaña electoral tienen una rentabilidad escasa. Lo rentable, de verdad, es el trabajo de un colectivo de ciudadanos trabajando por sus ciudadanos desde el día después de unas elecciones. Los ganadores tomando decisiones; los derrotados fiscalizando la gestión y proponiendo y explicando alternativas.
Pero la realidad no es así. Tan no es así que existe la percepción de que muchos en el PSOE y algunos en el PP están trabajando más en cómo quedará su posición (su permanencia) política y personal tras la derrota que vaticinan las encuestas a los socialistas o, por el lado popular, en orquestar maniobras en la oscuridad para situarse en las esferas del poder o la influencia en caso de alcanzar el gobierno de la Diputación. Sólo así se entiende la escandalera interna del PSOE en los meses pasados, o las filtraciones de rumores interesados en el PP para deteriorar el poder de algunos dirigentes.
Esta semana he tenido la oportunidad de hablar con Gabriel Amat y Martín Soler en un encuentro de tres horas compartido con los dos, y con el consejero Manuel Recio comprendiendo su entusiasmo innovador por la reforma del Servicio Andaluz de Empleo que ha elaborado. Les puedo asegurar que, ninguno de los tres, ninguno, perdió ni un solo minuto en las miserias en que, algunos de sus compañeros de partido, llevan ya perdidos varios meses. Es la diferencia de estar para hacer o hacer para estar.
(Publicado en La Voz de Almería el día 19 de septiembre de 2010).
Al final no dices nada, director.
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