Las elecciones municipales de 2011 son la primera prueba de fuego para las cuotas femeninas puestas en marcha en el año 2007, no tanto por su capacidad de implantación o consecución (ya que se trata, en definitiva, de cumplir uno de los preceptos de la Ley de Igualdad) sino de su capacidad para generar liderazgos femeninos. Aún a día de hoy surgen muchas preguntas al respecto, preguntas que abarcan desde el aspecto mediático, al institucional, o al puramente orgánico (el más complicado). Hay quien afirma que en cuestiones de comunicación, el hecho de ser mujer puede ser una ventaja a la hora de trasladar mensajes a un determinado público (yo me pregunto por qué); incluso hay quien afirma que las mujeres enfatizamos o mostramos rasgos distintos en los procesos de comunicación política que favorecen nuestra forma de comunicar y de asentar un liderazgo. Este hecho, he de admitir, me alegra, pues las encuestas de los últimos años muestran ya no un distanciamiento de la ciudadanía de sus dirigentes políticos, sino ya casi un odio enfermizo de los hombres y mujeres de un determinado país hacia su clase dirigente (a veces justificado).
Que las mujeres políticas establezcan otra forma de comunicación (o mejor dicho, que las mujeres políticas tengan por fin comunicación con la ciudadanía) y que asienten otra forma de liderazgo no puede ser una mala noticia, teniendo en cuenta la anterior cuestión estadística. Quizás nosotras podamos poner en práctica temas y valores más identificables con la ciudadanía, con sus necesidades y sus intereses, y todo ello aún cuando en algunos partidos existen prejuicios contra dicho liderazgo. A modo de ejemplo, les formulo una pregunta: La apariencia física de una mujer política, ¿es más, menos o igual de importante que la de un político hombre? ¿Cree que una política mujer debe vestirse más formalmente que los hombres, igual que los hombres o más informalmente que los hombres cuando quieren comunicar mejor y ejercer un liderazgo?
Puede que le resulten preguntas absurdas a estas alturas, y carentes de importancia a la hora de resolver cuestiones cruciales para el futuro de un país (¿a quién le importa qué tipo de traje utiliza el ministro Corbacho, si lo único que nos preocupa es que el desempleo deje de ser una pesadilla?). Sin embargo, muchos de ustedes se acordarán de la polémica generada en torno a la indumentaria de la Ministra de Defensa en uno de sus múltiples actos oficiales, en el que “osó” a vestir traje de chaqueta; o incluso los repetitivos e infinitos comentarios en torno al fondo de armario de la Vicepresidenta Primera María Teresa Fernández de la Vega, o sobre los zapatos con tacones de vértigo de la presidenta de la comunidad madrileña Esperanza Aguirre.
Dejémoslo claro: España no es Francia, y en nuestro país las Carlas Brunis no existen, mucho menos las ministras modelos de Berlusconi (quiero pensar que son modelos). Nuestras ministras y mujeres políticas no son Lady Gaga en el Monstertour, son mujeres políticas.
(Publicado en teleprensa.es el día 16 de septiembre de 2010).
No hay comentarios:
Publicar un comentario