Diego Asensio
Secretario General del PSOE de Almería
De entre todos los hechos históricos que merecen ser solemnemente conmemorados, pocos tan trascendentales para la historia de España como aquél que tuvo lugar en las localidades de La Isla de León (hoy San Fernando) y Cádiz entre el 24 de septiembre de 1810 y el 19 de marzo de 1812. En un país entonces bajo el signo de la guerra y el vacío del poder, se celebraron las Cortes Extraordinarias y Constituyentes de las que surgió una nueva forma de entender España: la soberanía reside en la Nación, es decir, en todos los ciudadanos que la componen; la libertad, la igualdad y la propiedad son derechos naturales e inalienables; los poderes legislativo, ejecutivo y judicial han de estar separados, y el pueblo tiene derecho a participar en la elaboración de las leyes a través de las Cortes y de los Diputados nombrados por los ciudadanos; el domicilio es inviolable, los españoles tendrán libertad para escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas...
Se finiquita así, al grito de ¡Viva la Libertad!, el Antiguo Régimen, al tiempo que se sientan las bases de un Estado Democrático y de Derecho que se encamina hacia la modernidad. De algún modo, el ayer y el mañana de nuestro país tienen su frontera en la primera sesión de aquellas Cortes Extraordinarias celebrada hace doscientos años en una ciudad sitiada por las tropas francesas. En tan difíciles circunstancias, pero entre personas enardecidas en contra de la injusticia, la opresión, la desigualdad y la amenaza, con discrepancias pero con la irrenunciable voluntad de alcanzar ese éxito que consiste en ponerse de acuerdo, generaciones y generaciones de súbditos desembocaron en una primera generación de ciudadanos.
Cuenta la historia que aquella primera llama de libertad fue oprimida de nuevo por las cadenas del absolutismo, pero el ardor no se apagaría ya nunca. Los andaluces, más que ningún otro pueblo de España, podemos decir bien alto que hicimos de aquellas Cortes y de aquella Constitución un símbolo de libertad por el que luchar, una luz que había que mantener encendida; no es sólo que aquellos hechos extraordinarios tuvieran lugar en nuestra tierra, es que a lo largo de buena parte del siglo XIX surgieron aquí patriotas que hoy son figuras ejemplares, como Torrijos, como Mariana Pineda, como los mismos “Coloraos” que un día de agosto de 1824 llegaron por mar a Almería con el propósito de restituir la Constitución de 1812, abolida por Fernando VII diez años antes, y fueron fusilados por ello.
De la misma manera que en Almería no hemos olvidado aquella honrosa defensa de la libertad que acabó en martirio, y cada año rendimos tributo a sus protagonistas ante el monumento que les homenajea, así los españoles no olvidamos tampoco a todos aquellos que propiciaron el que aquel 24 de septiembre de 1810 todo empezara a cambiar, en aquel Teatro de La Real Isla de León, kilómetro cero de nuestra democracia, como dijo recientemente el presidente del Congreso de los Diputados, y escenario de las celebraciones que el próximo día 24 tendrán lugar para evocar aquel entusiasmo cívico frente a la adversidad, aquella pasión por la razón y la palabra, aquel primer impulso a una causa ya bicentenaria: la de la libertad.
Se finiquita así, al grito de ¡Viva la Libertad!, el Antiguo Régimen, al tiempo que se sientan las bases de un Estado Democrático y de Derecho que se encamina hacia la modernidad. De algún modo, el ayer y el mañana de nuestro país tienen su frontera en la primera sesión de aquellas Cortes Extraordinarias celebrada hace doscientos años en una ciudad sitiada por las tropas francesas. En tan difíciles circunstancias, pero entre personas enardecidas en contra de la injusticia, la opresión, la desigualdad y la amenaza, con discrepancias pero con la irrenunciable voluntad de alcanzar ese éxito que consiste en ponerse de acuerdo, generaciones y generaciones de súbditos desembocaron en una primera generación de ciudadanos.
Cuenta la historia que aquella primera llama de libertad fue oprimida de nuevo por las cadenas del absolutismo, pero el ardor no se apagaría ya nunca. Los andaluces, más que ningún otro pueblo de España, podemos decir bien alto que hicimos de aquellas Cortes y de aquella Constitución un símbolo de libertad por el que luchar, una luz que había que mantener encendida; no es sólo que aquellos hechos extraordinarios tuvieran lugar en nuestra tierra, es que a lo largo de buena parte del siglo XIX surgieron aquí patriotas que hoy son figuras ejemplares, como Torrijos, como Mariana Pineda, como los mismos “Coloraos” que un día de agosto de 1824 llegaron por mar a Almería con el propósito de restituir la Constitución de 1812, abolida por Fernando VII diez años antes, y fueron fusilados por ello.
De la misma manera que en Almería no hemos olvidado aquella honrosa defensa de la libertad que acabó en martirio, y cada año rendimos tributo a sus protagonistas ante el monumento que les homenajea, así los españoles no olvidamos tampoco a todos aquellos que propiciaron el que aquel 24 de septiembre de 1810 todo empezara a cambiar, en aquel Teatro de La Real Isla de León, kilómetro cero de nuestra democracia, como dijo recientemente el presidente del Congreso de los Diputados, y escenario de las celebraciones que el próximo día 24 tendrán lugar para evocar aquel entusiasmo cívico frente a la adversidad, aquella pasión por la razón y la palabra, aquel primer impulso a una causa ya bicentenaria: la de la libertad.
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