Andrés García Ibáñez
Director Casa-Museo Ibáñez
En 1988 yo tenía dieciséis años; desde los once exponía mis dibujos y óleos por mi tierra, el Almanzora. Después de tanto copiar a los antiguos maestros y de dibujar como un descosido, llevaba un año haciendo obras de creación propia y decidí dar el salto a la capital, con más audacia y temeridad que otra cosa. Recuerdo aquella fría y enorme oficina de la obra cultural de la extinguida Cajalmería; allí me presenté, acompañado de mi madre, para presentar la documentación preceptiva.
Hace veinte años, las salas de la entidad bancaria eran las más solventes y reconocidas, allí exponían todos los pintores de la provincia, más o menos laureados. Recuerdo bien como me miraron entonces aquellos empleados-encargados y las pocas esperanzas que dieron a un aspirante como yo, totalmente desconocido en la ciudad; que sí las fechas están todas cubiertas, que a lo mejor para el año siguiente, en fin, lo normal de estos casos. La alternativa me llegó antes de lo que sospechaba; un antiguo profesor mío de la EGB, contándole mi aventura, me pronunció un nombre: Bartolomé Marín. Yo ya lo conocía desde años atrás, pues era vecino de mis abuelos en Albox y lo visitaba con frecuencia en su casa. No sospechaba entonces su prestigio en los ambientes culturales de la capital.
Bastó una visita con él a la misma oficina de Cajalmería; en un periquete tenía exposición para el año siguiente y escogiendo fecha, además, a conveniencia nuestra. No olvidaré nunca lo que se ilusionó con la muestra, de que forma la apadrinó y escribió aquel breve texto para el humilde folleto que por entonces se realizaba; escrito que recordaré para siempre, grabado en mi memoria. El me dio mi primera oportunidad importante y en verdad que la cosa salió y no la desperdicié; se vendieron casi todas las obras de la exposición y ello me animó a seguir…hasta hoy. Cierto es que muchas personas han creído en mí estos veinte años, pero D. Bartolomé será un referente afectivo inmenso para mis entrañas, donde siempre está presente y ocupa un hueco permanente e insustituible.
Nos veíamos con frecuencia en Albox, sobre todo los veranos. El pintaba sus grandes composiciones con infinidad de figuras, enormemente expresivas. Yo le hacía compañía y hablábamos mucho de pintura y de lo humano y lo divino. Con frecuencia recordaba que él, en el fondo “era un sacerdote, un hombre de Dios”.
Yo creo que es un referente de la historia de la cultura en Almería y que su legado ha de ser mostrado. La exposición de caricaturas que realizó CajaGranada sólo es el comienzo del reconocimiento que su figura merece. Nunca alardeó de su obra, pero la tiene, y más sólida que algunos de los que han liderado la escena provincial.
Hace veinte años, las salas de la entidad bancaria eran las más solventes y reconocidas, allí exponían todos los pintores de la provincia, más o menos laureados. Recuerdo bien como me miraron entonces aquellos empleados-encargados y las pocas esperanzas que dieron a un aspirante como yo, totalmente desconocido en la ciudad; que sí las fechas están todas cubiertas, que a lo mejor para el año siguiente, en fin, lo normal de estos casos. La alternativa me llegó antes de lo que sospechaba; un antiguo profesor mío de la EGB, contándole mi aventura, me pronunció un nombre: Bartolomé Marín. Yo ya lo conocía desde años atrás, pues era vecino de mis abuelos en Albox y lo visitaba con frecuencia en su casa. No sospechaba entonces su prestigio en los ambientes culturales de la capital.
Bastó una visita con él a la misma oficina de Cajalmería; en un periquete tenía exposición para el año siguiente y escogiendo fecha, además, a conveniencia nuestra. No olvidaré nunca lo que se ilusionó con la muestra, de que forma la apadrinó y escribió aquel breve texto para el humilde folleto que por entonces se realizaba; escrito que recordaré para siempre, grabado en mi memoria. El me dio mi primera oportunidad importante y en verdad que la cosa salió y no la desperdicié; se vendieron casi todas las obras de la exposición y ello me animó a seguir…hasta hoy. Cierto es que muchas personas han creído en mí estos veinte años, pero D. Bartolomé será un referente afectivo inmenso para mis entrañas, donde siempre está presente y ocupa un hueco permanente e insustituible.
Nos veíamos con frecuencia en Albox, sobre todo los veranos. El pintaba sus grandes composiciones con infinidad de figuras, enormemente expresivas. Yo le hacía compañía y hablábamos mucho de pintura y de lo humano y lo divino. Con frecuencia recordaba que él, en el fondo “era un sacerdote, un hombre de Dios”.
Yo creo que es un referente de la historia de la cultura en Almería y que su legado ha de ser mostrado. La exposición de caricaturas que realizó CajaGranada sólo es el comienzo del reconocimiento que su figura merece. Nunca alardeó de su obra, pero la tiene, y más sólida que algunos de los que han liderado la escena provincial.
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