Javier Salvador
Director de Teleprensa
Esto de que las elecciones son matemáticas puras, que los índices de conocimiento de los candidatos son uno de los pilares de las estrategias, o aquello de que las encuestas previas imponen barreras insalvables, tiene tanto de verdad como de mentira, porque al final siempre se ha demostrado que un hecho aislado en un momento determinado lo cambia todo. La gran diferencia entre los procesos electorales de antes y los de ahora radica en que después de la dictadura y tras los primeros compases de la transición, con un país que no había por donde cogerlo, la gente tenía tantas ganas de salir adelante, cada uno con su ideología, que en las sedes de los partidos se hacían las campañas más participativas de la historia política española y con la menor inversión jamás realizada.
Para que me entiendan les propongo una fórmula. Imaginen que partimos de cero, que no hay encuestas, que existe un empate técnico, que son totalmente contrarias a nosotros o ganamos por goleada.
Da igual el escenario porque el objetivo es ganar.
Ahora tiramos de lápiz y empezamos a calcular.
Hasta el día de las elecciones más próximas pongamos que quedan 240 días, unas 34 semanas. Trabajamos con un partido supuesto que tiene unos 8.000 afiliados frente a un censo de 460.000 votantes, que es más o menos el de Almería incluyendo a no residentes.
Ahora definamos las tareas a la vieja usanza y dividamos el esfuerzo que tiene que hacer un voluntario para llegar entre todos al 100% del electorado. Es decir, se trata de motivar a los tuyos y sembrar dudas entre aquellos que votan a la opción contraria a la que tú representas con ideas sencillas, populistas si quieren, que para eso estamos en crisis y los mensajes que más calan son los calientes. Y me explico, si buscase el voto para el PP atemorizaría a esas personas con que Zapatero seguiría cuatro años más en el gobierno si no reaccionan, y si defendiese al PSOE o una ideología de izquierdas, tiraría de la corrupción o de los líos en los que nos metió Aznar. Vamos, que todos tienen materia.
Bien, ahora dividimos nuestro número de afiliados o colaboradores más o menos fieles entre el censo total de electores, que con los datos aportados nos da 57,5 llamadas telefónicas por cada uno de ellos. Para hacerlo más fácil traducimos la responsabilidad en tiempo, es decir, que dividimos ese cupo asignado a cada colaborador en el tiempo que tiene para realizarlo. Así, asumir una tarea de 1,6 llamadas a la semana como voluntario garantiza el vuelco electoral, algo así como un esfuerzo de 0,26 al día.
Por cierto, esta gilipollez numérica no es más que una estrategia de motivación por equipos de campaña. Una tan simple y aparentemente inútil que en países como EE.UU., a día de hoy, le ha dado la vuelta al panorama electoral.
(teleprensa.es)
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