Pedro M. de la Cruz
Director de La Voz de Almería
Si hay algo que he aprendido de las administraciones públicas, de quienes las gobiernan y de quienes las gestionan, es que el papel lo aguanta todo. Me lo dijo un político inteligente y descarado en una tarde de confidencias -Pedro, los políticos podemos decir en un foro y poner en un folio todo lo que estamos convencidos de que se va a hacer; si luego no se hace, ya volveremos al mismo foro y buscaremos otro folio para explicar con idéntica convicción porqué no se ha hecho-. Quien así hablaba tenía entre sus habilidades más acentuadas añadir a los artículos de la Ley de Régimen Local apartados inexistentes en los que asentar sus decisiones bajo el silencio, sorprendido (y cómplice), de sus asesores públicos.
Por eso provoca hastío la polémica que, sobre los Presupuestos, siempre aparece en otoño. Sean del Estado, de la Junta, de la Diputación, o del Ayuntamiento, cada vez que el gobierno de cualquiera de esas instituciones presenta sus inversiones asistimos a la misma liturgia. Para quien los ha elaborado son los adecuados; para quienes están en la oposición, son los peores de la historia. Siempre la misma música y siempre la misma letra. Sólo cambian los intérpretes. Si el lector busca en su particular hemeroteca de la memoria, recuperará -y podrá comprobar-, cómo el nivel de contundencia con que los socialistas almerienses defienden hoy los presupuestos presentados por Zapatero, tiene la misma intensidad que el ardor con que sus compañeros de partido descalificaban los que, durante ocho años, presentaron los gobiernos de Aznar. Una contundencia y un ardor trasladable a los diputados del PP cuando estaban en el gobierno y cuando dejaron de estarlo.
He aludido a la contundencia y al fervor en función de la cercanía o distancia del poder, pero he eludido, de forma consciente, la palabra convicción porque, y es una presunción constatada por el conocimiento de los principales actores que encabezan el cartel, que ninguno de los intervinientes en estas representaciones otoñales se cree el papel que representan.
La aprobación de los Presupuestos -reitero: del Estado, de la Junta o del Ayuntamiento- es el gesto más importante de los celebrados cada año en las sedes institucionales que corresponden a su ámbito de actuación. El más importante… si se cumplieran con rigor contable, pulcritud en los plazos y cuantía prevista. Pero no es así. O, al menos, en una parte importante de los epígrafes comprometidos, no es así.
Si todos los proyectos para Almería que han aparecido en los documentos presupuestarios de los últimos treinta años -que nadie añore tiempos pasados: antes no se incumplían los plazos, sencillamente, no existían; ni plazos ni proyectos-, si todo lo soportado por el papel se hubiera hecho carne, hoy habitarían entre nosotros las primeras obras del soterramiento; más kilómetros de la autovía del Almanzora; la autovía (interminable) con Málaga; el cable Inglés rehabilitado; el nuevo acceso al puerto por Bayyana, construido; la rehabilitación del barrio de San Cristóbal y la del Casco Histórico sería un espejo limpio en el que mirar el pasado; el Palacio de congresos y la ciudad de las Artes de Foster estarían terminados… Lamentablemente no es así. Y no lo es, no porque no hayan aparecido durante años y años en los Presupuestos respectivos- como escribió Machado, “hoy es siempre todavía” y en Almería, a veces, más aún-, sino porque no ha habido o voluntad política, o fondos públicos, o presión colectiva, o las tres cosas a la vez para que así hubiese sido.
A pesar del interés de la clase política en utilizar la munición de los debates presupuestarios para atacar al adversario, lo cierto es que los Presupuestos son una herramienta a la que hay que aplicar el análisis continuado de lo que se hace y de las causas que provocan sus desviaciones. No son un fin en sí mismos, son un instrumento para transformar/mejorar la realidad y el que en ellos aparezca una inversión no garantiza que se vaya a hacer; ni en tiempo, ni en forma. Los ejemplos del párrafo anterior así lo constatan.
Lamento decepcionar a mis amigos de la política, pero yo ya soy un creyente con minusvalías. La música de este fin de semana con los Presupuestos del Estado, y la que vendrá en las próximas semanas sobre los Presupuestos de la Junta o del Ayuntamiento, tiene la misma estructura que el bolero de Ravel. O mejor, debe ser contempladas como cuando aparecía en las viejas pantallas el león de la Metro: todo lo que venía tras su rugido eran fotogramas encadenados de ficción. Lo peor es que, tras la ópera bufa que suena con estridencia tras cada Presupuestos, lo único que se esconde son frases encadenadas de demagogia en las que los políticos (de uno y otro lado) son los actores principales; los tertulianos (de una y otra barricada remunerada), los actores secundarios; y los medios de comunicación el escenario.
De lo que ninguno se da cuenta es de que cada vez queda menos gente en el patio de butacas.
Director de La Voz de Almería
Si hay algo que he aprendido de las administraciones públicas, de quienes las gobiernan y de quienes las gestionan, es que el papel lo aguanta todo. Me lo dijo un político inteligente y descarado en una tarde de confidencias -Pedro, los políticos podemos decir en un foro y poner en un folio todo lo que estamos convencidos de que se va a hacer; si luego no se hace, ya volveremos al mismo foro y buscaremos otro folio para explicar con idéntica convicción porqué no se ha hecho-. Quien así hablaba tenía entre sus habilidades más acentuadas añadir a los artículos de la Ley de Régimen Local apartados inexistentes en los que asentar sus decisiones bajo el silencio, sorprendido (y cómplice), de sus asesores públicos.
Por eso provoca hastío la polémica que, sobre los Presupuestos, siempre aparece en otoño. Sean del Estado, de la Junta, de la Diputación, o del Ayuntamiento, cada vez que el gobierno de cualquiera de esas instituciones presenta sus inversiones asistimos a la misma liturgia. Para quien los ha elaborado son los adecuados; para quienes están en la oposición, son los peores de la historia. Siempre la misma música y siempre la misma letra. Sólo cambian los intérpretes. Si el lector busca en su particular hemeroteca de la memoria, recuperará -y podrá comprobar-, cómo el nivel de contundencia con que los socialistas almerienses defienden hoy los presupuestos presentados por Zapatero, tiene la misma intensidad que el ardor con que sus compañeros de partido descalificaban los que, durante ocho años, presentaron los gobiernos de Aznar. Una contundencia y un ardor trasladable a los diputados del PP cuando estaban en el gobierno y cuando dejaron de estarlo.
He aludido a la contundencia y al fervor en función de la cercanía o distancia del poder, pero he eludido, de forma consciente, la palabra convicción porque, y es una presunción constatada por el conocimiento de los principales actores que encabezan el cartel, que ninguno de los intervinientes en estas representaciones otoñales se cree el papel que representan.
La aprobación de los Presupuestos -reitero: del Estado, de la Junta o del Ayuntamiento- es el gesto más importante de los celebrados cada año en las sedes institucionales que corresponden a su ámbito de actuación. El más importante… si se cumplieran con rigor contable, pulcritud en los plazos y cuantía prevista. Pero no es así. O, al menos, en una parte importante de los epígrafes comprometidos, no es así.
Si todos los proyectos para Almería que han aparecido en los documentos presupuestarios de los últimos treinta años -que nadie añore tiempos pasados: antes no se incumplían los plazos, sencillamente, no existían; ni plazos ni proyectos-, si todo lo soportado por el papel se hubiera hecho carne, hoy habitarían entre nosotros las primeras obras del soterramiento; más kilómetros de la autovía del Almanzora; la autovía (interminable) con Málaga; el cable Inglés rehabilitado; el nuevo acceso al puerto por Bayyana, construido; la rehabilitación del barrio de San Cristóbal y la del Casco Histórico sería un espejo limpio en el que mirar el pasado; el Palacio de congresos y la ciudad de las Artes de Foster estarían terminados… Lamentablemente no es así. Y no lo es, no porque no hayan aparecido durante años y años en los Presupuestos respectivos- como escribió Machado, “hoy es siempre todavía” y en Almería, a veces, más aún-, sino porque no ha habido o voluntad política, o fondos públicos, o presión colectiva, o las tres cosas a la vez para que así hubiese sido.
A pesar del interés de la clase política en utilizar la munición de los debates presupuestarios para atacar al adversario, lo cierto es que los Presupuestos son una herramienta a la que hay que aplicar el análisis continuado de lo que se hace y de las causas que provocan sus desviaciones. No son un fin en sí mismos, son un instrumento para transformar/mejorar la realidad y el que en ellos aparezca una inversión no garantiza que se vaya a hacer; ni en tiempo, ni en forma. Los ejemplos del párrafo anterior así lo constatan.
Lamento decepcionar a mis amigos de la política, pero yo ya soy un creyente con minusvalías. La música de este fin de semana con los Presupuestos del Estado, y la que vendrá en las próximas semanas sobre los Presupuestos de la Junta o del Ayuntamiento, tiene la misma estructura que el bolero de Ravel. O mejor, debe ser contempladas como cuando aparecía en las viejas pantallas el león de la Metro: todo lo que venía tras su rugido eran fotogramas encadenados de ficción. Lo peor es que, tras la ópera bufa que suena con estridencia tras cada Presupuestos, lo único que se esconde son frases encadenadas de demagogia en las que los políticos (de uno y otro lado) son los actores principales; los tertulianos (de una y otra barricada remunerada), los actores secundarios; y los medios de comunicación el escenario.
De lo que ninguno se da cuenta es de que cada vez queda menos gente en el patio de butacas.
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