La sociedad suele exigirles a sus representantes políticos un cierto grado de consecuencia a sabiendas que no siempre se corresponden los hechos en la intimidad con lo que públicamente se manifiesta porque nos encontramos en una sociedad cada vez más desideologizada e interesada y por consiguiente son menos los que obran según su ideología o hacen lo que predican.
Por eso clama al cielo cuando en un personaje político que su comportamiento no se corresponde con su predicamento, pese a que la capacidad de sorpresa en las españolitas y españolitos de a pie va disminuyendo a pasos gigantescos, y son muy escasos los personajes políticos que su vida personal se corresponde con su vida pública. De ahí las rabietas que pillan cuando son aireados comportamientos privados que en nada se corresponden con los principios, por llamarle de algún modo, que inspiran la, no menos descafeinada, filosofía política que dice defender, y empiezan a berrear epítetos que lejos de negar los hechos solo persiguen apartar una parcela de otra por mucho que aquella esté en función de la otra.
Pues bien, debo manifestar al amable lector que distrae su tiempo en este espacio periodístico que desde que naciera esta columna de opinión hace treinta años que vine en llamar "El Mirador", por la terraza anexa a la Plaza Nueva de Mojácar desde la que se divisa el paisaje más espectacular y tan solo equiparable al que se otea desde el paraje Sacro-Monte en Granada, siempre he procurado ausentarme en períodos electorales municipales, única y exclusivamente para no interferir en el debate político ya que este género viene siendo el que trato desde entonces. Ésta es la principal razón, si bien debo manifestar que existe otra pero está por tratar, que en ningún caso, para tranquilidad del lector al que me debo, limitará el grado de independencia y de libertad de la que vengo haciendo gala a lo largo de estos tres decenios.
Resulta innegable que en estos momentos nos hallamos en precampaña electoral y durante la cual afloran los hechos más desconocidos de los personajes políticos y se produce el mayor estado de tensión en el seno de las organizaciones políticas que concurren a las elecciones municipales. La vitalidad informativa adquiere elevados niveles, ya que afloran hechos, y no por mera casualidad, que me abstengo a calificar y comportamientos que me niego a enjuiciar; por ello solo relato y ahí me vengo quedando desde que comento casi a diario hechos en la actividad política, por supuesto única y exclusivamente, para relajo de algunos.
Y con estas pautas bien arraigadas me permito enjuiciar en este tiempo un comportamiento en el que no debe reflejarse ningún personaje político, como es el comentario del todavía alcalde de Valladolid sobre los 'morritos' de la Ministra de Sanidad, Leyre Pajín. No me parecen solamente desafortunados como el propio emisor ha pretendido despacharlos, ni tampoco su interés por disculparse personalmente le debiera dar por zanjados, sino que su extralimitación le debiera haber conducido a la dimisión categórica tras haber acabado de pronunciarlos y ser conscientes de haberlos emitido, incluso no antes de haber actuado por el eco producido.
La reacción producida viene determinada, desde mi punto de vista, no solo por los hirientes y vejatorios que han sido a la dignidad de la persona, de la mujer y también por el cargo público que acaba de ostentar, sino por la relevancia del personaje, Alcalde de capital de provincia y militante de una fuerza política católica confesional y que se atribuye con orgullo defender el uso y costumbres arraigadas en la sociedad española. Ciertamente no es para escandalizar las indignas frases emitidas por el regidor, porque podrían atribuirse al uso coloquial repelentemente ancestral, sino por el grado de comprensión con que han sido recibidas en el seno de su organización política al pretender despacharlas lisa y llanamente con la sola presentación de excusas a la mujer vilipendiada y vejada, por ende miembro de un Gobierno emanado de las urnas.
Un hecho de tal magnitud, en mi opinión, no debe ser tratado con tanta ligereza por una fuerza política defensora a ultranza del uso y costumbres tradicionales arraigadas en la sociedad española, se debe reaccionar con prontitud, firmeza, profundidad y celeridad en términos políticos democráticos, que únicamente pueden ser captados por la persona vejada y el colectivo en el que se halla inserta apartando de su cargo público y al que lleva anexa una servidumbre que asumió voluntariamente. Por tanto, se ha producido un hecho excepcional en el seno de una organización política que debe ser tratado proporcionalmente y no pretender que escampe y todo siga igual. Sostengo que necesita una respuesta proporcional en el seno de la fuerza política, pero estoy plenamente seguro que el amable lector estará pesando en los muchos que han acontecido y nunca se ha reaccionado de manera proporcional al daño causado, por lo que mucho me temo que el caso que nos ocupa será uno más que añadir al desprecio y demás majaderías que sienten por los andaluces, por ejemplo.
(La Gaceta de Almería)
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