Jose Fernández
No sé si a ustedes les pasa igual, pero cada vez que veo una nueva consideración, alegación o aportación al debate sobre el modelo de soterramiento, me entra una especie de vértigo existencial que me sitúa en terrenos fronterizos entre la risa y el llanto. Esto del soterramiento se ha convertido ya en una especie de saga-mito del folclore almeriense que aparece y desaparece de las portadas, sirviendo de excusa para la balacera argumental y la masturbación mental. Por eso, cuando ahora veo que volvemos a las andadas debatiendo si convendría o no que el tren llegase en superficie al puerto, o que si las jorobas de plexiglás, o la singularidad de las estaciones o su puñetera madre en verso, te anega la sensación de hastío que provocan los argumentos circulares repetidos hasta la extenuación.
Aunque en más de una ocasión he escrito desde el rigor y la responsabilidad acerca de esta importante obra que va a cambiar la configuración urbana de la Almería del siglo XXI, etcétera, hoy me siento tentado a, por decirlo de algún modo, mandar a la mierda el soterramiento, a las alegaciones, al plexiglás de las cúpulas, al tramo deprimido o agazapado, a la conexión con el puerto, a las vías en superficie, al traslado de la estación y hasta la bandera del jefe de estación. Estoy harto de un soterramiento que ni está ni se le espera, así como de la insoportable sucesión de proyecciones, avances, estudios, modelos y demás zarandajas. La única realidad constatable, a día de hoy, es que el Gobierno ha presupuestado 100.000 euros para el soterramiento el año que viene. La duda es pensar si tanto debate no será una simple maniobra dilatoria.
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