Pedro Manuel de la Cruz
Director de La Voz de Almería
De todas las caras de ese poliedro, tan desgarrador, conformado en su base por lo que fue la marcha de Juan Megino del PP y, en su vértice, por lo que está siendo el camino de vuelta a la tierra a la que siempre quisieron regresar de quienes le acompañaron en aquel vuelo sin más gasolina que el romanticismo y el rencor, hay una cara que está pasando desapercibida y, sin embargo, es la que sustenta todo el entramado del proceso de absorción del Gial por el PP.
La obsesión que impone el interés electoralista está situando, en el lado oculto de la luna que ilumina este regreso tan salpicado de sobresaltos, un aspecto que, no sólo confirma que en aquel abandono de Megino y sus apóstoles el sentimiento personal fue la madre de todas las batallas, sino que, desde entonces, ese sentimiento personal no sólo no se ha diluido en el bálsamo del poder y del tiempo, sino que ha aumentado. Pero si el personalismo de entonces habría que apuntarlo en el orgullo herido, el personalismo de ahora es justo anotarlo en la obligación asumida por el capitán de poner a salvo a su tripulación antes de que se hunda el barco con él a bordo.
De unos meses a esta parte se han escrito decenas de análisis sobre los intereses compartidos entre Gial y PP para alcanzar un acuerdo; los titulares apelando por ambas partes a la conveniencia de la integración ocupan centenares de páginas de periódico; las cañas, revestidas de cordialidad en público, y las lanzas, envenenadas de desdén en privado, surtirían de armamento una película sobre la conquista de América. La historia del meginismo ha sido un viaje equinoccial en el que, como el de Lópe de Aguirre, nunca llegarían a El Dorado. La diferencia, la gran diferencia entre los aventureros, es que, en su utopía, unos conducen a quienes les siguen al desastre, y otros- como Megino (por compromiso ético), y quienes le siguieron (por el interés que aparece a fin de mes), acaban por comprender que lo mejor de la aventura es seguir vivo para poder contarla.
Gabriel Amat y Juan Megino saben que están jugando una partida con cartas marcadas. El análisis de la decadencia electoral del partido de Megino- cinco concejales en 2003; dos en 2007; ¿cuántos en 2011: uno o ninguno?; las perspectivas favorables para los populares que vaticinan todas las encuestas; y la amenaza, cierta, de que el desencanto de los electores socialistas con Zapatero lo acabe pagando Juan Carlos Usero (ya le pasó a Fernando Martínez en 1995), no puede haber pasado desapercibido para Gabriel Amat y Luis Rogelio. Los dos saben que un Gial con Megino (y mucho menos sin él) no va a ser determinante para mantener el poder.
Amat, Comendador y Megino lo saben. ¿Por qué recorren entonces este laberinto de desencuentros en el que en cada esquina puede esconderse un desgarro? Los seres humanos somos tan complejos que buscar a este interrogante una sola respuesta sería tan erróneo como querer encontrarlas todas. Pero, de entre todas las posibles respuestas, hay dos en las que merece la pena sentarse a reflexionar.
La primera se sitúa en la acera del PP. ¿Cómo puedo -se preguntará Gabriel Amat- dejar pasar la oportunidad de acabar bajo mi presidencia con las dos escisiones (el Pal y el Gial) que tanto desencanto electoral en Diputación y tanta amargura por las amistades rotas nos han provocado?
La segunda hay que buscarla en la acera del Gial. ¿Cómo voy a ser capaz de mirarme al espejo cada mañana- se preguntará Megino- si no peleo hasta el agotamiento de mis fuerzas y hasta el último gramo de mi contrastada capacidad negociadora para que, quienes con más fidelidad me han acompañado en esta aventura, no queden olvidados en la nada llena de desprecio o en la soledad de la fila del paro?
La saga fuga de Megino va a acabar como comenzó: siendo una cuestión personal; tan personal que, detrás, ni hubo ni hay un argumento ideológico, una razón estratégica o un proyecto político distante. El PP da dos concejales a un grupo político que sabe que, por separado, ahora sólo tendría uno. O ninguno. Gabriel es un excelente negociador porque siempre concede a su interlocutor la posibilidad de exhibir la imagen vacía de una victoria que ayude a diluir en la apariencia la desolación real de la derrota.
Megino con sus dos candidatos en la lista del PP podrá vender que ha ganado la batalla del regreso. Pero Amat sabe que ha sido él quien ha ganado la guerra.
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