El Corte Inglés y la ciudad del futuro

Pedro Manuel de la Cruz
Director de La Voz de Almería


Posiblemente no haya en España ningún plano de ciudad más estudiado por El Corte Inglés para abrir uno de sus centros que Almería; probablemente tampoco haya en España una ciudad en la que esta firma haya encontrado más problemas para instalarse que Almería. Decididamente no hay en España ninguna ciudad en la que esta catedral laica del consumo haya tardado tanto en llegar como Almería; si tarda en llegar que, todavía y después de mil años (¿no le suena a prehistoria la historia de El Corte Inglés en Almería?), no sólo no se ha puesto la primera piedra, sino que, además, nadie sabe, con certeza, cuándo y dónde se pondrá.

En este vía crucis topográfico, el periodista Antonio Fernández se detenía en LA VOZ el miércoles en una nueva estación en la que los apóstoles enviados por el dios de las compras hicieron una parada hace cuatro años. En aquel tiempo fue La Térmica, ese espacio mágico situado donde la ciudad perdía su nombre y ahora lo encuentra -es, quizá, la única urbanización de la capital que mira al mar-, el objeto de estudio. La imposibilidad de que allí pudieran levantarse los treinta mil metros cuadrados que necesitaba su modelo de centro comercial, obligó a los técnicos de Isidoro Álvarez a continuar el vía crucis en busca de otra estación.

Pero, si algo revela el que se estudiara aquella descartada posibilidad, es la voluntad de El Corte Inglés de instalarse en la ciudad y, además, de no apostar por una ubicación determinada, excluyendo cualquier otra posibilidad. Este era un argumento válido entonces y es un argumento válido ahora. Un barrio determinado, una zona concreta, es, desde el punto de vista de la estrategia comercial, un argumento importante a tener en cuenta por quienes toman las decisiones. Pero no es el único; ni el principal. El Corte Inglés optó por La Salle y firmó un convenio hasta ahora inviable por las objeciones de la Junta a que un equipamiento educativo (concertado) sea desmantelado para levantar en él un centro comercial y cuatro torres de viviendas.

Las razones argumentadas por todas las partes en conflicto, los intereses más o menos explicitados por las mismas (detrás de las verdades exhibidas hay siempre algunos silencios ocultos), son, sin duda, interesantes elementos de reflexión para otro artículo. Pero no es ese el objetivo de esta mañana.

Almería demanda un Corte Inglés y El Corte Inglés, a pesar de la crisis y aunque haya abierto en El Ejido, quiere instalarse en la ciudad; quizá con menos premura que hace años, pero mantiene su intención. Esa es la realidad y a ella habría que atenerse.

Hasta ahora han sido muchas las voces que, con razones sólidas, han argumentado que la instalación de esta firma comercial en el centro actuaría de elemento dinamizador del comercio que ya existe, acabando así con el clima de decadencia en el que sobrevive desde hace decenios. La defensa de esta opción es sólida, pero tiene algunas debilidades. La primera, que no es cierto que el centro esté ahora peor que hace diez años; la segunda, que la modernización de sus instalaciones y el atractivo de su oferta ha situado a muchos de estos comercios en una posición competitiva que sólo necesita continuar avanzando -horarios, apertura en fin de semana, promoción- para alcanzar una posición de rentabilidad sostenida; la tercera, que la elogiable peatonalización de algunas de sus calles -felicidades, alcalde- han dotado a su oferta comercial de una excelencia estética y de una comodidad de la que los propios comerciantes son los más sorprendidos; y por último, que quienes crean que unos grandes almacenes son la solución a su crisis de ventas están condenados a un fracaso mayor si no aprenden -y hoy mejor que mañana-, que es a ellos a los que compete hacerse más competitivos, no a su competencia. Cualquier gran almacén no moderniza los comercios de su entorno; son esos comercios los que deben modernizarse. Nadie les va a ayudar si ellos no se ayudan.

La estructura comercial es una de las arterias principales que alimenta de vida el corazón de la ciudad. Pero las ciudades de hoy no son las de ayer y, en su trama, ya no existe ni un solo comercio, ni un solo corazón.

Durante decenios las ciudades fueron configurándose partiendo de una estructura radial. En el principio fue el centro, configurado por la complementariedad funcional y la complicidad ideológica existente entre el poder político -la administración- y el religioso -las catedrales-. Ahí se ubicaba el centro de una rueda urbana que, con el paso del tiempo, se extendía radialmente hacia la periferia. De ahí partía la vida y allí volvía.

Pero el tiempo, con su caudal interminable de años, y la demografía, con su aumento imparable, acaban modificando escenarios que parecían preservados para la eternidad. Hoy las ciudades no tienen un solo centro y los ciudadanos no viven dependiendo de un solo corazón administrativo, comercial o de ocio.

Almería ya no es aquella ciudad descrita magistralmente por Fausto Romero como el Paseo rodeado de suburbios. Hoy hay barrios que han alcanzado una autonomía vital colectiva que hace de ellos, por la cantidad y calidad de sus servicios públicos y privados, pequeñas ciudades dentro de la ciudad. La estructura radial ha sido sustituida por una trama circular, el tradicional y único centro encuentra, en la aparición de otros centros urbanos, no su competencia, sino su complementariedad, y no es acotando la expansión de estos como se garantiza la conservación de aquel.

El Corte Inglés, cuando venga -y vendrá, dinamizará el barrio donde se instale, pero, su llegada, ni garantiza la expansión del comercio existente en sus entornos, ni condena a la miseria a quienes se sitúan extramuros de su zona de influencia.

Durante siglos los creyentes acudían a las catedrales en busca de un milagro. En la actualidad los consumidores acuden a los grandes almacenes en busca de un producto que les traiga el milagro de la felicidad efímera, pero real, de comprar. El cielo puede esperar; las rebajas, no.

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