España, la apuesta es que cae esta vez

David Uclés
Director del Centro de Estudios Socieconómicos de Fundación Cajamar

Grecia ha caído. Irlanda ha caído. Portugal, aguanta de momento, pero casi todo el mundo le da como la próxima víctima de esta carnicería de especulación.

Y luego, va España. Da igual que nuestro nivel de deuda sea inferior al de Alemania. Da igual que nuestras exportaciones crezcan a buen ritmo. Da igual que nuestro PIB dé señales esperanzadoras. Es lo mismo. Esos mercados que asignan eficientemente sus recursos comienzan a plantearse la posibilidad de cobrarse una pieza de caza mayor como es España. Y han apostado fuerte por ello. Si ganan, ganarán mucho dinero, y si pierden, también perderán mucho, muchíisimo, como el pasado verano. Así que no es de extrañar que la cúpula de algún hedge fund se reuniera ayer en Londres para buscar soluciones al caso de España. Eso sí, sin decir cuál está siendo su apuesta.

Lo cierto, y aquí tenemos un detalle a nuestro favor, es que el supuesto rescate de España sería de tal calibre que podría terminar arrastrando al euro. El saldo de deuda española en manos del sistema bancario europeo es tan grande que se repetiría con toda probabilidad el miedo bancario en algunos países centrales de la Unión y el euro (el mayor logro de la Europa unida en términos económicos) quedaría en entredicho.

Hasta cierto punto me jode que Gracia, Irlanda y, en su caso, Portugal o España terminen mordiendo el polvo y sometiéndose a los designios de unos mercados que no votan en los comicios nacionales pero que terminan imponiendo políticas económicas, casi siempre de corte restrictivo y que cargan el peso del ajuste en los hombros de las clases medias. Me pregunto si es lógico confiarse a quienes han mostrado tan poco celo a la hora de mantener limpios sus propios hogares, provocando una hecatombe financiera mundial. Sé que la emisión de deuda pública es una herramienta básica de la política monetaria y que al hacer uso de ella estamos admitiendo jugar a unas determinadas reglas, pero me cuestiono hasta qué punto es limpio y justo el sistema. Cuando hace tres años comenzaron los problemas, los países acudieron al rescate de sus bancos, que habían pecado de codicia excesiva y, por tanto, se socializaron sus pérdidas (incluso en EE.UU.). Sin embargo, ahora tienen que volver a ser los países los que asuman el importe de los costes de las operaciones de salvamento. ¿Por qué no sentarse a negociar una quita como una Argentina cualquiera? ¿Por qué esos inversores que lloraban por la garantía de sus depósitos ahora se muestran tan insolidarios?

En fin, perdonen la disgresión fruto del cabreo, pero es que cuando uno lee y ve lo que lee y ve, no pueden por menos que hacérsele los ojos chirivitas al más puro estilo Lina Morgan.

Volvamos a España. Justo antes del verano, el Gobierno se tuvo que envainar sus políticas sociales y puso sobre la mesa un plan de austeridad que va dando sus frutos (ayer mismo se publicaba el dato de déficit de caja y se ha reducido casi a la mitad), la reordenación del sistema financiero se está produciendo de manera ordenada y el Banco de España está gobernando con mano firme el proceso de fortalecimiento de las cajas de ahorros, la pieza más débil del sistema por su baja aversión a las hipotecas. Incluso en el estático mundo de las cooperativas de crédito el banco central está presionando para obtener resultados en el campo de la solvencia. Es decir, se están haciendo los deberes que supuestamente se nos habían pedido, sólo que ahora nos piden aún más deberes. ¿Qué nos queda? Del lado de las cuentas públicas, deberían ser las administraciones locales y autonómicas las que mostraran sus cartas y nos contaran a los mercados y a los votantes cómo piensan afrontar sus obligaciones, incluso podría ser un buen momento para plantearnos la vigencia de algunas instancias. A lo mejor eso calma a los mercados.

Pero, ¿quién le pone el cascabel a ese gato?

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