Jose Fernández
Periodista
Seguramente el detalle les resultará indiferente (lo extraordinario sería que no fuera así) pero ya he recibido un par de convocatorias para las típicas comidas navideñas que han de celebrarse dentro de unos cuarenta días. Lo que me llama la atención (y aquí es donde espero enlazar con su interés) es que en unos tiempos en donde el “mañana” o incluso el “dentro de un rato” esconde todo un insondable piélago de imprecisiones e incertidumbres aplicables a la mayoría de aspectos de la vida, el único espacio en donde todavía reclamamos el rigor cartesiano de lo concreto es en el muy accesorio capítulo de lo frívolo. Estamos acostumbrados a responder con laxitud en temas trascendentes anunciando que tal o cual gestión estará finalizada en breve o, llevándolo ya al estilo almeriense, “en una chispitica”, sin que nos pese o nos cause descrédito el incumplimiento de nuestra promesa.
Sin embargo, veo que existen ya menús perfectamente diseñados y cerrados a cuarenta días vista y temo que podría ser severamente reconvenido si, en el último momento, anunciase mi intención de cambiar una merluza a la vasca por un solomillo con salsa de oporto. En estas cenas de empresa la indefinición y el incumplimiento son síntomas de inmadurez o falta de seriedad, porque lo cierto es que el personal sólo se organiza eficazmente para lo que interesa o gusta, sin mostrar el mismo nivel de exactitud para otras cosas probablemente más relevantes. Tal vez usted crea que exagero. Pues bien, si piensa celebrar algo y no reserva restaurante ahora, cuando llegue la Navidad se va a comer usted lo que yo le diga. Y no va a ser ni merluza ni solomillo.
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