Romualdo Maestre
«El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido [...] es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de comunidad. A menudo da pruebas de una excelente madera humana, pero de entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. E introduciría su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad.» Quien esto escribe no es ningún iluminado de Esquerra Republicana de Catalunya. De esos tipo Puigcercós que van diciendo por ahí para enaltecer a los suyos que en Cataluña está instalada la Agencia Tributaria y que aquí, por el contrario, no pagamos impuestos «ni Dios».
Tamaño dislate está extraído del libro «La inmigració, problema i esperança de Catalunya», (Editorial Nova Terra, Barcelona, 1976, págs. 65, 67 y 68), escrito por un tal Jordi Pujol i Soley. La fecha, apenas iniciada la transición, podría ser, o no, un eximente de ese racismo tan democrático que practican algunos a los que no se les cae la cara de vergüenza de lo que han rubricado, ni tampoco, que se sepa, han pedido perdón públicamente y reconocido que se les fue la mano ideológica cegados por su nacionalismo excluyente.
Pero esto es la triste realidad. Cuanto más avanza la ciencia y nos demuestra con rigor la nula diferencia genética que existe entre los hombres, más «listos» quieren vivir a costa de creerse y hacer sentirse diferentes. Son los profetas del ombliguismo, esa fuerza que propugna que no miremos hacia delante sino hacia abajo, hasta que veamos las disimilitudes sustanciales que nos separan de nuestros iguales. El problema es que en ese egocentrismo también han caído los que antes creían en la internacionalización de los problemas. Esa izquierda que se ha vuelto igual de rancia que los nacionalismos, es la que ahora se rasga las vestiduras porque un socio de su gobierno en Barcelona insulta a los andaluces. Son los fundamentos del totalitarismo. Creemos un enemigo imaginario —todo lo que no huela a Cataluña—, cuanto más cercano y fácil de identificar mejor —en este caso los andaluces—, y ya tenemos las bases para argumentar una identidad propia. ¡Qué pena de España!
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