Diego Asensio
Secretario General del PSOE de Almería y Senador
Como cada año, en torno a la conmemoración del Día Internacional contra la Violencia de Género surgen actos públicos, llamamientos a la movilización, campañas, manifiestos, declaraciones, testimonios, artículos. Todo ello, que es empuje y toma de conciencia colectiva, tiene un denominador común: subrayar que cada día que una mujer es asesinada por el hombre con el que está, ha estado o se ha negado a estar ligada afectivamente es el Día Internacional contra la Violencia de Género; que cada vez que la mano de un hombre o su desprecio se precipitan sobre una mujer, ese hombre está vulnerando en un instante la dignidad de todas las mujeres.
Pero un año más el número de víctimas mortales es horriblemente elevado –sesenta y tres mujeres y cuatro niños cuando escribo estas líneas- , y este hecho, que por su propia condición de inconcebible pudiera mover al desaliento, es temerariamente utilizado por quienes cuestionan la necesidad de leyes en materia de igualdad o en materia de violencia machista. Entre los que así lo hacen, los hay que tampoco dudan en promover la falsa idea de que muchas de las denuncias de maltrato son inventadas o buscan otra clase de intereses, cuando los datos demuestran que esto no es en absoluto verdad. De ahí a añorar en privado aquellos tiempos en que se hablaba de “crímenes pasionales” hay apenas un paso muy pequeño.
Lo cierto es que a ese hombre dominador de puertas para adentro, posesivo, envenenado por la violencia, capaz de mantener una imagen social impecable pero al que esperan temblando en casa, a ese hombre deleznable cada vez más mujeres le dicen: basta. Pero han de ser muchas más, y denunciar, y alejarse del verdugo sabiendo que serán protegidas, y si cualquiera de nosotros tenemos conocimiento de una situación de maltrato debemos elegir entre ser cómplices por omisión o aliados de la víctima. Debemos sacarle al agresor, como señala una campaña institucional, tarjeta roja, expulsarle del terreno donde la convivencia democrática se juega con limpieza, con respeto, en condiciones de igualdad.
Lamentablemente, la supresión total de las actitudes que derivan en violencia contra la mujer no es una tarea fácil, porque vienen de muy lejos y están arraigadas en una cultura muy masculina, donde la fuerza física aún tiene en muchos rincones la última palabra, donde el amor equivale a veces a un título de propiedad, donde hombres supuestamente cultos, bien posicionados y con proyección pública siguen expresando su opinión sobre alguna mujer en particular o sobre las mujeres en general mediante comentarios espantosamente burdos, vejatorios e incluso, en alguna ocasión, de una nauseabunda zafiedad, como en el caso reciente un contertulio de Telemadrid: y aún pretenden acogerse a la libertad de expresión o a la natural ligereza de una conversación privada.
Las nuevas generaciones no pueden advertir ni un mínimo titubeo en el compromiso social contra la discriminación sexual y contra la violencia de género, sólo así podremos romper un día el círculo de horror en el que viven atrapadas muchas mujeres, en el que vivimos todos atrapados a través de su dolor y de su miedo y de su injusta falta de autoestima.
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