José Fernández
Periodista
Hace unos días hablaba en este mismo espacio del escaso sentido de la urbanidad (para los letraheridos de la LOGSE digamos que me refiero a la corrección y cortesía con la que se deberían comportar los miembros de una sociedad razonablemente civilizada) que tenemos en Almería, ilustrando mi comentario con la inefable imagen de uno de los caballitos de madera de los usados en los juegos infantiles, arrancado de su ubicación y usado como cuestionable adorno en la azotea de la vivienda de un cafre. Disculpen mi reiterada y vana intención de concienciar acerca de las ventajas de un comportamiento educado y respetuoso, pero me veo obligado a comentarles una nueva incursión del habitual comando pellejero, que en esta ocasión se ha saldado al estilo cinegético, cobrando tres piezas mayores.
Sí, amigos. Los tres renos con los que el Ayuntamiento rendía homenaje en la fuente de la Plaza de Barcelona a la esforzada labor de los tiradores del trineo de Santa Claus (Rudolph, Dasher, Dancer, Prancer y otros tres cuyo nombre no recuerdo y no pongo porque me viene fatal levantarme ahora a mirarlo) no han podido llegar a ser ni tan siquiera iluminados. Antes de que la electricidad llegase a sus bombillitas, uno de ellos fue robado (suponemos que estará en otra azotea, para enseñar así al mundo el lugar donde vive un descerebrado) mientras que los otros dos fueron destrozados. Literalmente. Aunque no lo apruebe, uno entiende el robo ornamental antes que el vandalismo deportivo. ¿Qué puede ganar alguien destrozando un adorno navideño? Supongo que nada distinto a un nuevo pulido de la cornamenta. En fin, qué pena y qué asco de gente.
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