Juguetes

José Fernández
Periodista

Una de las pruebas del estado de papanatismo generalizado en el que algunos (y algunas, que no se me olvide) pretenden sumirnos, es el habitual despliegue de recomendaciones, prédicas, consejos y prescripciones que nos abruma cada Navidad acerca de lo inconvenientes que resultan los así llamados juguetes violentos, sexistas y belicistas. Fíjense cómo estará la cosa que hace unos días pude leer el caso de un colectivo cívico tan lleno de buenas intenciones como infectado hasta el tuétano del virus de la idiocia, que estaba organizando una recogida de juguetes para niños pobres, pero que no aceptaba como donación los juguetes políticamente incorrectos. Todos nosotros probablemente hayamos escuchado en alguna ocasión la perorata habitual de estos y estas pusilánimes acerca de los valores del juguete ideal e idealizado, pero lo que nunca hemos visto ha sido un listado de artefactos puros e impuros para que el personal sepa a qué atenerse.

Y no lo digo por mí, que malparé mi infancia junto a un Fuerte Comansi lleno de indios, sino por la creciente legión de pazgüatos y pazgüatas que no dan un paso, no emiten una opinión o no liberan una ventosidad sin consultar antes la bolsa de valores admitidos o proscritos por los cuatro gurús del progresismo sociológico. Sería interesante, por tanto, que todos estos apóstoles del juguete saludable nos dijeran si la referencia para el regalo de Reyes de este año (además, generalmente esta gente tan antipática prefiere a Papa Noel) ha de ser la “Barbie perroflauta”, el “Madelman cantautor” o “La Granja de Pin y Pon y un inmigrante magrebí con contrato”.

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