Articulista
He de reconocer que cuando dispongo de algún tiempo para holgar me gusta invertir parte de él en pasear por las calles de Almería dejando a mis pies la responsabilidad de elegir el recorrido, y permitiendo a mi cerebro volar libremente. Me vinieron recuerdos de los vecinos de la Plaza de la Catedral cenando reunidos en los bancos del jardín que había alrededor de una fuente. Me vi sentado en los bancos de la “Plaza de los Burros”, cuando siendo un niño solíamos quedar allí para ir a una terraza de verano, o a pasear por el Parque Nicolás Salmerón.
¡Ay de mí, pobre e inocente mortal! Ya no hay jardín ni fuente, en la Plaza de la Catedral, ya no hay bancos ni jardincitos, ni fuente en la “Plaza de los Burros”. Los niños no se mojan con el agua de las fuentes, ni los vecinos se pueden reunir para cenar al fresquito del anochecer en verano.
Al parecer ahora se han convertido en “espacios diáfanos”, apelativo que puede parecer muy sofisticado, pero que podemos traducir por “adoquines pelaos y mondaos” sin más colorido que el gris de la piedra y que igual no es ni piedra de verdad, sino un modernísimo –y carísimo- sucedáneo a base de resinas que tendrán no se qué peculiaridades, pero seguro que no duran como las piedras que ponían los romanos en las calzadas y acueductos. Lo de las farolas lo dejo para otro día.
Creo que ya se han cometido demasiadas barbaridades con la arquitectura tradicional del centro de Almería, tornando casas preciosas y señoriales en modernos edificios sin ningún respeto por la tradición, para seguir agrediéndolo despojándolo de cualquier resquicio de personalidad. En mi humilde opinión estamos “deshaciendo ciudad”, como modelo.
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