Almería (agridulce) por dentro, según Orejudo

José Antonio Martínez Soler
Periodista. Pte. Junta Rectora Cabo de Gata

La ficción agridulce de Orejudo sobre Almería -guste o no a los almerienses- no puede ser más real, dura y cariñosa. Acabo de leer, de un tirón, las 150 páginas de la obra de Antonio Orejudo “Almería crónica personal”, editada por la Fundación J. M. Lara. Me ha dejado un sabor indefinible, entre alegre y triste, que podría llamar “alegriste”. ¡Vaya sábado que me ha dado mi amigo Antonio Cantón al pasarme este libro!

Los amantes de mi tierra almeriense y, en especial, los enamorados del Cabo de Gata, deberían leer esta obra y reflexionar sobre su contenido. También los críticos, tanto paisanos como forasteros.

Son tantos los críticos que podrían agotar la edición y, a buen seguro, animarían a Orejudo a seguir escribiendo sobre Almería y los almerienses. Y esto es algo que solo puede hacer libremente un forastero sin que lo despellejen los nativos. Ya me hubiera gustado a mi escribir, como si fuera libre, sobre mi tierra y mis paisanos como lo hace mi ex colega de la Universidad de Almería. Pero no tengo tanto valor personal ni, por supuesto, capacidad literaria; y, lo que es peor, el corazón me traicionaría al intentarlo porque el amor es ciego, sobre todo hacia la tierra que nos vio nacer.

Me saldría un pregón edulcorado -como el que hice para la Feria de 1987- cantando únicamente las excelencias de Almería, que son muchas. Pero no sé si me atrevería a decir lo que pienso de verdad sobre nuestros defectos seculares ni sobre los caciques locales.

Por eso, celebro tanto que mi admirado Orejudo -que ha hecho honor a su apellido escuchando atentamente a propios y extraños- le haya hincado el diente a mi tierra con frescura, sin prejuicios, nada complaciente ni adulador, con dureza, a veces, pero también con ternura.

Al principio, dice Orejudo: Me equivoqué al venir a vivir en Almería. Pero su relato, subjetivo a más no poder, honrado y cristalino, tiene calidad, dulzura y fuerza literarias. En ocasiones, su “crónica personal” nos obliga a revisar nuestra historia, nuestras actitudes, y a proyectar un futuro mejor para nuestra malherida tierra, tan rica en dineros como pobre en cultura. Y termina diciendo: Me equivoqué al marcharme de Almería.

El libro lleva dentro un regalo inesperado: una colección fabulosa de fotografías de Almería de nuestro grandísimo maestro Carlos Pérez Siquier. 

El libro me ha dolido y, a la vez, me ha gustado mucho. Quiero más libros como éste sobre Almería, aunque nos dejen algunos arañazos o basurillas en nuestro corazón pueblerino.

Claro que, conociendo personalmente a Antonio Orejudo (su Facultad está frente a la mía en la UAL y compartimos alguna tertulia) y habiendo leido, entre otras, sus dos obras más imponentes (“Fabulosas narraciones por historias” y “Reconstrucción”) debo reconocer que no me han sorprendido ni la excelente calidad literaria ni la valentía para contar su verdad sobre su paso por mi tierra -muy breve, desgracidamente, para los almerienses.

Al final, me quedo con unas líneas de su prólogo:

Un lugar al fin y al cabo son los amigos que hacemos  en él. A ellos están dedicadas las siguientes páginas.

Gracias, Antonio, por fijarte en Almería y por dedicar estas páginas a los amigos.  Me gustaría que me consideraras uno de ellos. Para presumir… Ya sabes.

Mucha suerte allá donde vayas.

¡Enhorabuena!

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