Periodista
Llevamos una semana con la famosa ley sobre el tabaco. Lo primero decirles que no fumo desde finales del año ochenta y dos, el de la victoria de Felipe González. Y me estoy pensando seriamente si debería volver a fumar. Llevamos un tiempo en el que se nos prohíbe casi todo. ¡Vaya tropa política que nos ha tocado en suerte! Por qué no dejan que haya establecimientos donde se pueda y donde no se pueda fumar, y arreglamos el problema con un cartel y con el personal eligiendo lo que más le interese. Lo que menos me gusta de la dichosa son las declaraciones de mi amigo José Antonio Díaz Roda:“Si alguien está fumando en un bar que lo denunciemos a la policía”. Yo no estoy dispuesto a convertirme en el chivato de la Policía ¿usted sí? Lo único que nos faltaba a los ciudadanos es dedicarnos a denunciarnos los unos a los otros por fumar en un centro cerrado. Quiere ello decir que tengo que denunciar a mi cuñado, por fumarse unos pitillos en el bar de Gutiérrez. En menuda caza de brujos nos quiere meter la ley y sus defensores. Y en qué indefensión a los restauradores: o pierden el cliente si no le deja fumar, o le cae una multa si les denuncia un no fumador que se ha colado entre el personal.
Entiendo lo de los hospitales, colegios, centros de trabajo y otros públicos en los que por obligación tienes que acudir, pero uno que no fuma desde el año 82 no entiende lo de los bares y restaurantes. Si a un hotel se le permite el treinta por ciento de habitaciones para fumadores, el salón privado en el bar o restaurante era una buena solución. Cómo va a controlar mi amigo Juan en El Molinero si un cliente de toda la vida, de los que acuden todos los días a tomar unas copas, se fuma un pitillo, lo va a echar a la calle ante la multa. Se les exige demasiado.
(Publicado en La Voz de Almería)
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