Manuel León
Redactor-Jefe de La Voz de Almería
Debía de andar nervioso esa mañana Manuel Berruezo Ayora. Se había levantado pronto, había mirado por la ventana el falucho sobre la mar quieta y se había ajustado su mejor corbatín y sus relucientes botines de charol: dentro de un momento iba a ser investido como el primer alcalde de La Garrucha. Era el primer día de enero de 1861 y el antiguo alfolí hacía las veces de casa consistorial. La bandera monárquica ondeaba sobre un poste de madera y unos cuantos adultos y niños que bajaban por las esquinas saludaban el nuevo nuevo año con una sonrisa.
Dentro de la sala vieja y desgastada, donde hasta hacía poco el oficial de la renta despachaba la sal a los arrieros del país, se habían apostado los patricios del municipio, los industriales y los que iban a ser investidos como nuevos ediles del municipio, entre ellos, don José Laguna, don Pedro Berruezo, don Bernardo Gerez, don Andrés Cervantes, don Alfonso Cervantes, don Felipe Rodríguez y, como no, Manolo Berruezo, consignatario de la rada, con la frente reluciente de sudor a pesar del frío de enero.
Después de varios pleitos civiles, después de mucho pulso administrativo ante el Gobernador, ante las más altas instancias de
A pesar de que
Eran las diez de la mañana, hace ahora justo siglo y medio, cuando el secretario interino Bernardo Gerez tomó la palabra con aire nervioso, mirando al estrado donde se encontraban los prohombres y a su lado sus esposas con sus mejores vestidos de encajes y miriñaques. Los niños jugaban con perros galgos en el Malecón, junto a la caseta de carabineros y algún que otro anciano levantaba el bastón para reprenderlos.
El escrito de cumplimiento de
La emoción, por eso, aún era mayor y a lo único que había dado tiempo para glorificar el día fue a contar con el concurso de la banda de música de Sorbas y a servir un licor.
Antes, Manolo Berruezo juró ante el pedáneo Laguna -cesando éste de sus funciones- por Dios y los Santos Evangelios hacer guardar
La independencia de Garrucha no fue del todo inocente: estuvo impulsada por pingües interes económicos para controlar las rentas de los ventajosos negocios que empezaban a florecer: la minería, el comercio marítimo, la aduna, los viceconsulados, el pescado de las jábegas. Por eso, hacendados como los Orozco, los Berruezo, los Gerez, oriundos de Vera, no dudaron en promover la segregación para obtener saenados réditos mercantiles al margen de la matriz. La lucha por hacerse con la administración del lugar de
(Publicado en La Voz de Almería)
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