Garrucha cumple 150 años

Manuel León
Redactor-Jefe de La Voz de Almería

Debía de andar nervioso esa mañana Manuel Berruezo Ayora. Se había levantado pronto, había mirado por la ventana el falucho sobre la mar quieta y se había ajustado su mejor corbatín y sus relucientes botines de charol: dentro de un momento iba a ser investido como el primer alcalde de La Garrucha. Era el primer día de enero de 1861 y el antiguo alfolí hacía las veces de casa consistorial. La bandera monárquica ondeaba sobre un poste de madera y unos cuantos adultos y niños que bajaban por las esquinas saludaban el nuevo nuevo año con una sonrisa.

Dentro de la sala vieja y desgastada, donde hasta hacía poco el oficial de la renta despachaba la sal a los arrieros del país, se habían apostado los patricios del municipio, los industriales y los que iban a ser investidos como nuevos ediles del municipio, entre ellos, don José Laguna, don Pedro Berruezo, don Bernardo Gerez, don Andrés Cervantes, don Alfonso Cervantes, don Felipe Rodríguez y, como no, Manolo Berruezo, consignatario de la rada, con la frente reluciente de sudor a pesar del frío de enero.

Después de varios pleitos civiles, después de mucho pulso administrativo ante el Gobernador, ante las más altas instancias de la Jefatura del Estado, Garrucha conseguía la segregación de su matriz Vera y comenzaba a remar en solitario. Nadie se lo hubiera creido 30 años antes, cuando la dependencia económica y social de la playa garruchera de su cabecera era total. Ahí estaban, sin embargo, esos pioneros, esos padres de la nueva patria de Garrucha dispuestos a convertirse en los nuevos Washington y Jefferson de la provincia de Almería.

A pesar de que la Real Orden de la Reina Isabel II, que otorgaba a Garrucha su independencia, estaba fechada el 16 de marzo de 1858, los munícipes veratenses, desde su Ayuntamiento de la Plaza Mayor, intentaron hasta el último minuto retrasar el dictamen real, sabiendo que con la firma borbónica se perdía su más preciado anejo, intentando batallar, sin entregar nunca la llave de La Garrucha, más que a fuerza de Decreto, cuando no había más remedio. Pero Vera nunca se rindió ni lloró como Boabdil su Granada perdida sino que siguió pleiteando por esa playa levantina, llena de jábegas varadas en la arena. En el acto de la constitución del Ayuntamiento no hubo representación veratense en señal de descontento. Tan sólo apareció para participar en la entrega de la vara de mando el alcalde pedáneo y médico don José Laguna.

Eran las diez de la mañana, hace ahora justo siglo y medio, cuando el secretario interino Bernardo Gerez tomó la palabra con aire nervioso, mirando al estrado donde se encontraban los prohombres y a su lado sus esposas con sus mejores vestidos de encajes y miriñaques. Los niños jugaban con perros galgos en el Malecón, junto a la caseta de carabineros y algún que otro anciano levantaba el bastón para reprenderlos.

El escrito de cumplimiento de la Orden de la hija de Fernando VII había llegado firmado, por el Gobernador Civil, de forma inesperada la víspera de la nochebuena, después de más de tres años de espera, con los nombres de quienes deberían de presidir desde ese día la Corporación Municipal de Garrucha.

La emoción, por eso, aún era mayor y a lo único que había dado tiempo para glorificar el día fue a contar con el concurso de la banda de música de Sorbas y a servir un licor.

Antes, Manolo Berruezo juró ante el pedáneo Laguna -cesando éste de sus funciones- por Dios y los Santos Evangelios hacer guardar la Constitución de la Monarquía de su Majestad la Reina y conducirse bien y lealmente en el desempeño de su cargo. Acto seguido prestaron juramento el resto de nuevos regidores bajo la misma fórmula expresada. El nuevo alcalde dijo entonces temblándole la voz: “Que se anuncie este acto al vecindario para su conocimiento y que participe de la grata emoción de que este municipio se haya poseido por ser un acontecimiento que va a producir infinitos bienes a este pueblo”. De inmediato sonó un himno militar y el público asistente se batió en calurosas palmas. Garrucha comenzaba así, en ese preciso instante, su caminar sin lazarillo, aunque no fue dotada de jurisdicción hasta 1994, es decir 133 años después del día en que el bueno de Manuel Berruezo estrenó sus botines relucientes.

La independencia de Garrucha no fue del todo inocente: estuvo impulsada por pingües interes económicos para controlar las rentas de los ventajosos negocios que empezaban a florecer: la minería, el comercio marítimo, la aduna, los viceconsulados, el pescado de las jábegas. Por eso, hacendados como los Orozco, los Berruezo, los Gerez, oriundos de Vera, no dudaron en promover la segregación para obtener saenados réditos mercantiles al margen de la matriz. La lucha por hacerse con la administración del lugar de la Garrucha, en cualquier caso, no era un capítulo novedoso en la historia de la comarca: ya desde el siglo XVI, Mojácar y Vera pleitearon por la primitiva torre, convertida hoy en un paraiso turístico.
(Publicado en La Voz de Almería)

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