Mi juguere favorito

Emilio Ruiz
Director de La Cimbra

Me llama Catina Pérez, de Ser Mojácar, para preguntarme por el juguete favorito de mi infancia. Me he quedado con ganas de decirle eso de “me alegro que me hagas esta pregunta”, porque de verdad tenía ganas de que alguien me la hiciera. Pero dicen que responder así resulta periodísticamente muy vulgar. Por eso no se lo he dicho.

Mi juguete preferido fue -es- uno que siempre quise tener y nunca pude tener. Porque tenía dueño: Mi vecino Jacinto Gómez Haro.

Jacinto era lo que hoy podríamos considerar un niño pobre. Entonces, era uno más del pueblo, porque casi todo el pueblo –mi pueblo, Los Gallardos- estaba inmerso en un ambiente de escasez y miseria. Pero él, por no tener, ni siquiera tenía padres. Era huérfano. Los Reyes nunca le traían nada, más que el cariño que podían darle su tío Pedro y su tía Joaquina, con los que compartía casucha en el número 5 de la calle San Diego, enfrente de la mía.

Sin embargo, el día 6 de enero era su día, era su gran día. Era cuanto mostraba a todo el vecindario el más majestuoso de los regalos que podía imaginarse: un enorme coche de alambre elaborado por sus manos virtuosas durante las semanas previas a la festividad.

Tendría yo por entonces entre seis y ocho años. He soñado con aquellos coches toda mi vida. Aún sigo pensando que eran auténticas obras de ingeniería mecánica. En mis años de maestro siempre les he hablado a mis alumnos de Jacinto y de sus coches de alambre, y de lo importante que resulta no dejarse deslumbrar por días como el de hoy, secuestrados por el márketing, la publicidad y el consumismo.

Detesto los juguetes que otorgan al niño el papel de meros observadores. El peor regalo que se puede hacer es el que ignora la creatividad y la imaginación del pequeño. Mientras queden pelotas en las estanterías de las tiendas, ¿por qué nos empeñamos en buscar esos extraños artefactos que la tele se ha inventado?

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