Pedro Manuel de la Cruz
Director de La Voz de Almería
De todo lo que ya es conocido del sumario del Caso Poniente, parece confirmarse la tesis de que la presunta trama de corrupción investigada durante años tenía su núcleo central en un grupo articulado de clanes familiares y empresariales en el que la política era un instrumento al servicio de “las familias”, pero no su columna vertebral. Los imputados se aprovecharon de su condición de políticos o de su cercanía a poder, pero no existió trama política.
Los pronósticos de quienes, para obtener réditos partidistas o para saldar cuentas de rencores personales no resueltos, querían ver en todo lo ocurrido la consecuencia de una apasionante arquitectura partidista se han visto defraudados. Hasta ahora y de lo que se sabe ya -que es mucho, muchísimo en esas decenas de miles de folios- no se desprende la existencia de aquel millón de euros repartido entre dirigentes políticos, ni la vinculación, siquiera tangencial, de parlamentarios o cargos públicos con recorrido más amplio que lo que marcan los límites geográficos de El Ejido, elucubraciones aireadas con inquietante ligereza por quienes están obligados a no comprar “mercancía averiada” y a no confundir sus deseos con la realidad.
Dentro de la extrema complejidad del caso, lo que se antoja ya irreversible es que, en su núcleo central, lo que se vislumbra es la utilización del poder por unos pocos, la complicidad de bastantes colaboradores necesarios situados en las áreas intermedias de “la piovra” y la pasividad indolente ante lo que se estaba produciendo de casi todos.
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