Diego Asensio
Secretario General del PSOE de Almería y Senador
Con demasiada frecuencia resulta necesario recordarles a los dirigentes del Partido Popular que en política no todo vale. Es, a todas luces, un hecho que todos los ciudadanos podemos suscribir, incluso que se da por supuesto, pero no deja de asombrar cómo desde las filas conservadoras se sobrepasa una y otra vez la línea que separa lo admisible de lo inadmisible.
En la vecina comunidad murciana se produjo hace apenas unos días un hecho absolutamente execrable: la brutal agresión a un miembro del Gobierno regional, el consejero de Cultura. Tan repudiable acción será castigada donde corresponde, en los tribunales, pero parece como si los dirigentes “populares” hubieran decidido que en las heridas de uno de los suyos podrían pescarse algunos votos y, de paso, tratar de amordazar con ellas a la oposición.
Algo así es tan difícil de decir como de asimilar, créanme. Pero lo cierto es que, como sin duda ya saben, el presidente murciano tardó muy poco en relacionar este acto de violencia con las protestas que funcionarios y sindicatos están llevando a cabo en contra de los recortes que su Gobierno ha impuesto a los empleados públicos, y, sobre todo, con las críticas de la oposición. Lejos de desautorizarle, dirigentes “populares” de toda España se sumaron a esta imputación, a esta calumnia, y con ello le han concedido a los salvajes agresores, siquiera durante unos días, categoría política y la capacidad de dividir a los demócratas.
Insinuar que quien critica públicamente lo que considera una mala gestión de un Gobierno alienta la violencia no es sólo una insidia, es, sobre todo, un inquietante intento de debilitar el funcionamiento democrático. Naturalmente que los socialistas murcianos, como parte de su labor de oposición, han expresado su discrepancia con aquellas medidas que consideran inadecuadas; naturalmente que los duros recortes a los funcionarios de la región vecina han provocado el descontento de los afectados y su movilización; pero relacionar esa discrepancia, ese descontento, esas movilizaciones pacíficas y legítimas con una agresión física es, simplemente, una canallada: en democracia, quien gobierna está sometido a la crítica, faltaría más.
Dice ahora la derecha que criticar, movilizarse, elevar una protesta pública altera el clima social, pero como de verdad se altera es incendiando los ánimos de la gente con la propagación de acusaciones de este calado. No duden que se encontrará a los culpables de la brutal paliza y que serán juzgados como lo que son, delincuentes, sin más, y también que el mero oportunismo con que se ha querido sacar ventaja política de un acto tan lamentable será poco a poco olvidado. Pero quienes tan reiteradamente han demostrado su falta escrúpulos volverán a rebasar la línea: forma parte de una manera temeraria de entender la política. Y entonces será necesario apelar nuevamente a esa evidencia de que no todo vale para alcanzar unas metas electorales.
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