Almería, entre Andalucía y Murcia

Pedro M. de la Cruz
Director de La Voz de Almería

Las patronales de Almería y Murcia decidieron el lunes crear una Mesa de Trabajo para realizar un seguimiento permanente de las obras del AVE que se están realizando entre las dos capitales. La idea es interesante porque tendremos un termómetro trimestral para tomar la temperatura a los ritmos constructivos previstos. El termómetro muestra una realidad, no cura, pero sí provoca la inquietud de la alerta y, con ella, la presión social, esa locomotora sin la que las infraestructuras se abandonan a la lentitud, cuando no al abandono.

El seguimiento del desarrollo de un proyecto y la presión sobre los plazos previstos son, por tanto, dos circunstancias de extraordinario valor. Los gobiernos, todos y de todos los signos, no se han distinguido, nunca, por el cumplimiento de sus propios planes y así en la autovía con Málaga (Gobierno central), como en el Materno Infantil (Junta), o la demolición del 18 de julio (Ayuntamiento), cada “gobierno” ha incumplido. Claro que el pecado político del retraso supera el misterio de la santísima trinidad con el soterramiento: tres administraciones distintas y una sola realidad verdadera: dieciséis años de espera y todavía no se ha puesto la primera piedra.

Pero más allá de la oportunidad que supone esa mesa de la alta velocidad interprovincial, encuentro en su entorno el pretexto para plantear una reflexión, tan obvia por cercana, que siempre acaba por pasar desapercibida.

Si en algo coinciden todas las encuestas desde 1980 es en afirmar que, en treinta años de gobiernos autonómicos, los almerienses siempre se han sentido más alejados de Sevilla que lo que impone la distancia geográfica.

En cualquier ámbito político, la inevitable centralización administrativa produce el efecto secundario del agravio, una patología emocional compartida en la que la dosis de malestar es directamente proporcional a la lejanía del centro en que se tomen las decisiones. Sevilla siempre ha visto lejos, muy lejos, a Almería, y Almería se siente, también, lejos de Sevilla, pero durante siglos se ha sentido más lejos, mucho más lejos de Madrid. Lo escribo para que los nostálgicos del centralismo no encuentren en la percepción de esa lejanía una coartada para su añoranza equivocada.

De quien nunca nos hemos sentido alejados es de Murcia. Para un tercio de la provincia, y hasta casi antes de ayer, la educación superior, la sanidad especializada, las compras o los negocios encontraban en la capital del Segura un centro de mayor atracción que el que existía en Almería. Para otro tercio Granada era su punto de referencia. Nos guste o no, así fue durante siglos.

Almería era una capital con la que gran parte de los almerienses tenían un vínculo de pertenencia, pero no un sentimiento de identidad. La atracción murciana y la seducción granadina provocaban un estado de confusión que los ciudadanos del levante, del Almanzora, de Los Vélez, de la Alpujarra, del Nacimiento o del poniente se sentían inmersos en una identidad ambigua, confusa y contradictoria.

Ha pasado el tiempo y aquella provincia, tan desvaída en la prestación de servicios a sus habitantes, recorre su futuro sin depender de aquellos que tanta ayuda nos prestaron a tan alto interés y a tan alto coste. Y es ahora que caminamos solos cuando más rentable puede ser la vocación de hacerlo en compañía.

Almería es Andalucía, pero esta pertenencia no excluye que, por cercanía geográfica, por vinculaciones comerciales, por infraestructuras compartidas o por diseños de desarrollos complementarios no podamos articular una excelente relación con nuestros vecinos murcianos. Los almerienses tenemos nuestras raíces ancladas en la fertilidad emocionada y emocionante de Andalucía, pero nuestras ramas tienen que buscar aliados en cualquier parte. Sólo así podremos evitar que alguien tenga la tentación de olvidar el árbol que nos cobija o caer en el error de ordenar a su capricho el territorio en el que crece.

Intensificar nuestras relaciones con Murcia es una necesidad que impone la lógica, pero también -y sobre todo- es una cuestión de inteligente política geoestratégica. Convirtamos el inconveniente inevitable de nuestra posición de frontera en una inteligente arma para acabar con una lejanía a la que no debemos tolerar ni un centímetro más.

El que quiera entender, que entienda. No es tan difícil: ni aquí, ni, sobre todo, en Sevilla. Y ya va siendo hora.
(La Voz de Almería)

1 comentario:

  1. Almeria no es Andalucia. La región del Reino de Granada fue ninguneada en 1833, pasando a estar dentro de Andalucia. La relación con Madrid seguia siendo la usual hasta que se creó la autonomia andaluza (diria sevillana) y los almerienses comenzamos a depender de la gestión que Sevilla hace de nuestros recursos.

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