Conservar o restaurar

José Fernández
Periodista

El anticiclón de declaraciones, opiniones y operaciones de marketing mediático que está provocando la ortopédica restauración de la Muralla de Jayrán tiene el riesgo escorarse hacia el debate estético, tan cuajado siempre de esa fecunda subjetividad que nos enriquece con aportaciones y matices de mucho entretenimiento pero que puede alejarnos de la raíz del problema.

Aunque los intercambios de opiniones sobre las preferencias artísticas o estéticas siempre me han parecido el mejor escenario para dejar correr libremente las pasiones, disculpen que me resista a la tentación de entrar en el divertido flanco del gusto personal y me limite a señalar algo que, tal vez absortos en la inacabable discusión sobre la belleza de las cosas, estamos perdiendo de vista: nada de esto habría pasado si la Junta de Andalucía no hubiera propiciado, contumaz e impertérrita, varias décadas de abandono, dejadez e incuria en esa muralla. Así de sencillo. Igual que un hotel de veinte plantas no cae del cielo una noche en el rompeolas de una playa protegida, son necesarios muchos años de lenta y acumulada labor de abandono para que una fortificación de ese calibre vaya desplomándose, como diría el padre Tapia, piedra a piedra.

Recuerden, por ejemplo, que algún torreón de la muralla de San Cristóbal llegó a ser usada hace unos años como vivienda okupa (con cerradura y sofás, por cierto), lo cual da una idea de la atención real de la Junta sobre el conjunto monumental. Y ya puestos ¿colocamos también unas chapas para tapar las manchas de humedad de La Alcazaba, o ponemos unas vallas en plan "Andalucía imparable" o "Andalucía, de lujo"?

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