Director de La Cimbra
Tengo aquí, a mano, una palabra, que empieza por g, para calificar a Eugenio Arias-Camisón, el ya famoso dueño del Asador Guadalmina de Marbella, pero por respeto al lector y a mí mismo, que no a él –que ha demostrado que respeto no merece ninguno-, no la voy a escribir. La voy a sustituir por otra más leve: insolidario. Insolidaridad es lo que ha demostrado este caballerete. Además de una ideología ultramontana, impropia de los tiempos en que vivimos –y a la que tiene derecho, por supuesto-, la negativa de Arias-Camisón a respetar las leyes que democráticamente nos hemos dado no prueba otra cosa más que estamos ante uno de los residuos cavernícolas de la especie humana. Ésos que quieren practicar la ley de la selva. Pretendía, el susodicho, que no rija para él la ley que rige para todos los demás.
Me apenó ver a este hombre en televisión cómo era manipulado y jaleado por ese grupo de tertulianos que cada noche, con Mario Conde –qué cosas- a la cabeza, nos da lecciones de ética. Tanto era el aliento que entraban ganas de decirles: ¿y vosotros, si tan valientes sois, por qué no sacáis vuestros cigarrillos y os ponéis también a fumar ante las cámaras?
Merece un aplauso la forma con la que ha llevado este asunto la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía. A estos bravucones lo peor que se puede hacer es enseñarle los dientes. Quieren un motivo para presentarse como víctimas de la situación, cuando aquí no hay más víctimas que quienes ven inundados sus pulmones por los vicios de los demás y quienes hacen uso de una competencia desleal empleando evasivas legales que los demás no se atreven a emplear.
Capítulo aparte, por deleznable, merece el grupo de coreógrafos que secundaron al insumiso acudiendo al local a sumarse al espectáculo. Saldrán huyendo como ratas en cuanto haya que hacer efectivo el importe de la multa.
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