La Chanca de Pérez Siquier

Fausto Romero-Miura Giménez

Abogado

He visto la hermosa exposición fotográfica de Carlos Pérez Siquier sobre La Chanca y la he sentido con emoción. Visto y sentido: ver es ver y sentir es sentir. Y la hermosura de la fotografía es sentir lo que sintió el fotógrafo cuando vio lo que vio y lo fotografió. Es decir, cuando comulgó, porque la fotografía es una comunión: se fotografía lo que se comulga: el fotógrafo lo interioriza. No más: ésa es la razón de la fotografía como arte: una pura emoción. Ni la técnica importa. Lo demás, es bonitismo.

Porque el buen fotógrafo -el de la Escuela de Cartier Bresson- no crea nada: no hace montañas ni casas ni personas ni mares ni pájaros… Él, sólo fotografía lo que ya existe, lo que la Naturaleza o el hombre ya han creado. ¿Tan simple? Tan simple, sí: el fotógrafo es, sólo, una persona que ve lo que ya existe y que, sin embargo, otros no ven. Y, eso que ve, o, quizá, su particular manera de verlo, es arte.

El Arte, pues, no es lo que la Naturaleza o el hombre han creado, sino, con eso, crear una emoción y contagiarla. Y cuando hablo de comulgar, no exagero: el fotógrafo y lo fotografiado, de pronto, se sienten atraídos. Es como en el amor: un flechazo, una ráfaga, un instante mágico de sintonía recíproca que sólo ellos dos sienten. Y eso es lo que he sentido en la Exposición que sólo me atrevo a definir con una palabra: esencial.

Chancas se han pintado muchas, llenas de colores y de volúmenes. La Chanca sólo la hemos fotografiado unos pocos: porque La Chanca no era un cuerpo espectacular, sino el mundo de unas personas dignísimas que se ofrecían -se ofrecían, sí, con naturalidad absoluta e ilusión- al fotógrafo que, de verdad, quisiera comulgárselas. Y fue con el magisterio Carlos Pérez Siquier, a quien siempre he tenido por mi Maestro, con quien aprendí esa lección tan sencilla y difícil, y quien me hizo fotografiar mi Chanca -la dolorosa y prematurísima muerte de Manolo Falces frustró la Exposición ya preparada- y, años después, rodar el documental ‘Imágenes de La Chanca’ cuando creí que la fotografía, ya, no bastaba y que se hacía menester la secuencia larga del cine para exponer aquella Chanca, para que La Chanca hablase y pidiese lo que merecía. Que, por cierto, no es lo que le han dado a cambio de robarle su alma.

… Y comparo, por ejemplo, La Chanca de Pérez Siquier y la de Perceval, cuya exposición critiqué con amargura hace apenas un año, pues salí de ella -y lo escribí- no sólo desilusionado, sino triste: no era una Exposición de fotografías en blanco y negro, sino una colección de grandes cromos grises, chamuscados, de un gris ceniza que era la negación misma de La Chanca y de su alma.

En cambio, en la Exposición de Pérez Siquier -magníficamente tratada por Carlos de Paz- las fotografías son de pequeño formato -algunas, míticas; no entiendo cómo y por qué no se ha editado un catálogo a tono con la Exposición- y, precisamente por ello, condensan el paisaje humano: todo está en función del hombre. Y, cuando no se le ve, se le intuye. No hay paisajes, sino almas.

Viví, pues, gozoso y emocionado, la magia y la grandeza de la Fotografía: la captación, fusión y proyección del alma -de las personas, de las cosas y del fotógrafo- en cada fotografía. La vida. Carlos es Premio Nacional de Fotografía. ¿Tengo que explicar por qué?
(© La Voz de Almería)