José Fernández
Periodista
Almería, ciudad que aún guarda fresca en el retrogusto de su memoria colectiva las sartenás de migas de la abuela y los garbanzos torraos del carrillo, ha pasado del perol al gastrobar sin una razonable transición gastronómica capaz de asentar conceptos y tranquilizar meninges. Y así, después de muchas temporadas de arguiñanamiento televisivo y deconstrucción mediática de la cocina de toda la vida, hemos alcanzado las cotas más altas de la idiotez emplatada.
Y no crean que es una tendencia puntual de algunos empresarios más o menos avispados: estas aventuras se están convirtiendo peligrosamente en una tendencia que viene impulsada desde las primeras elaboraciones de los futuros cocineros.
Fíjense ahora en este notable ejemplo. Lo que van a leer no es un soneto conceptual, sino la transcripción literal del postre servido por los alumnos de la Escuela de Hostelería de Almería con motivo del Día de Andalucía. Allá va: "Sobre la tierra de brawnie de queso de cabra, descansa nuestro tomate cremoso con núcleo de frambuesas, bordeado de doradas hojas de cacao, micromargaritas y pétalos de clavellina. Posada sobre la piedra de coco, la mariposa de mango lo mira serena". Francamente, hay menos afectación en nuestro paisano Villaespesa describiendo un estanque lleno de nenúfares junto a un alcázar morisco que en uno de estos aspirantes a poeta del delantal.
Y lo malo no es que un chaval manifieste síntomas de sobredosis de ferradrianismo en vena, sino que haya profesores que amparen semejantes desparrames. Luego pasa lo que pasa cuando te ponen una chispitica de lo que sea con un cebollino y dos gotas de aceto balsámico y te clavan tres euros y medio, que tenemos la sensación de que nos están tomando el pelo. El día que lea en una carta que "un arenque mira sereno a un corte suave de morcilla mientras el suelo de sémola cruje sobre la minipaila", dejaré de comer migas.
Elegía
ResponderEliminarEspesaba el “Quitín” en nuestra taza,
eran tiempos de cura y cicatriz.
Los domingos arroz caldoso y caza,
el sábado la carne de perdiz
y ensalada de maiz.
Cocido a mediodía con pechuga,
tocino magro, rabo y espinazo,
tomate y unas hojas de lechuga
con dos huevos pasados en el cazo
al ritmo del cedazo.
Y fideos los lunes con almejas
y los martes alternos con costilla,
dos miércoles al mes unas lentejas,
de noche, a la francesa una tortilla
o bien ensaladilla.
Gurullos con conejo de corrales,
con las gachas, el caldo en pimentón.
El jueves los pescados habituales:
colitas de caballa o boquerón
con baño de limón.
Poniendo a remojar algún mendrugo
las migas amasadas con el pan,
los viernes berza espesa con su jugo
patatas ajopollo de azafrán
pasión de sacristán.
Mi madre cocinaba amor y penas
en fogones de gas y poesía,
ahora su recuerdo son mis cenas
y los versos que escribo una elegía
-y mi melancolía-.