Romper una lanza por la ortografía de la lengua española (I)

Luis Cortés
Catedrático de Literatura

La frase “romper una lanza” proviene de los duelos o combates judiciales en los que participaban los paladines (caballeros valerosos que peleaban denodadamente a favor de alguien o algo). Sin embargo, ya, desde la Baja Edad Media, solo se admitía el uso de estos paladines cuando había una causa justificada, como la invalidez, enfermedad, mutilación, edad o sexo, en la persona que debía ser defendida. Como quiera que ni la Asociación de Academias de la Lengua Española, autora de la obra, manifiesta padecimiento alguno que pudiera justificar tal defensa, ni quien pretende llevarla a cabo es paladín de nada ni de nadie, todos habremos de entender en la frase el modesto apoyo a una obra realmente extraordinaria. No obstante, cuando decimos extraordinaria no afirmamos que sea la idónea para los que no sean especialistas. Las Academías tendrían que hacer una edición reducida, como ya hicieron con la Gramática.

Mi extrañeza fue grande al leer y escuchar tantas descalificaciones de escritores, profesores y profesionales acerca de la obra. La inmensa mayoría de esas críticas se basaba en los ocho o diez cambios aireados por la prensa (cambios de algunos nombres y algunos acentos). Injustificados unos y exagerados otros, los reproches se hicieron a partir de un borrador -el preparado tras la reunión que la Comisión Interacadémica mantuvo en San Millán de la Cogolla. Los reproches fueron tantos que obligaron, en la redacción final de la Ortografía -presentada en Madrid el 17 de diciembre-, a suavizar algunas recomendaciones; de hecho, quedó en simple opción tanto el nombre de las letras como el poner o no acento donde en principio se pensaba suprimir. El resumen de lo acontecido se puede extractar en lo dicho por Víctor García de la Concha, expresidente de RAE: “al final, las Academias, que no son damas déspotas, consideran conveniente que las letras tengan una denominación unitaria, pero quien quiera seguir diciéndolo como siempre que lo haga”. Con todo, para mí, lo más paradójico de la general reprobación es que se realice en una época, como la nuestra, en que la ortografía de los jóvenes y menos jóvenes se acerca a una Sodoma y Gomorra, versión tipográfica. Y nadie parece decir nada.

Recuerdo muy bien el eco que en el primer Congreso Internacional de la Lengua, celebrado en México en 1997, tuvieron las palabras de García Márquez cuando el escritor colombiano defendía una revolución en la ortografía del español; es más, podemos decir que el citado Congreso tuvo su momento de gloria en los medios de comunicación del mundo hispánico, sobre todo, por esa noticia. Sin ella, posiblemente no se hubiera enterado la población de tal evento. Ahora bien, no pensemos que esa reforma tan alabada en aquel momento por dichos medios era tan modesta y tan sobria como la llevada a cabo por la Asociación de Academias, hace apenas un par de meses; ni mucho menos: se trataba de amparar una propuesta de simplificación de nuestra ortografía con la que se pudiera rescatar -¡vana ilusión!- del analfabetismo en corto tiempo y al menor coste posible, a los millones de hispanohablantes sin acceso a los bienes de la cultura, a la par que facilitar la escritura, con la menor cantidad posible de faltas, a todos, cualquiera que fuera su condición social. Al margen de la imposibilidad de tales objetivos, el planteamiento de García Márquez no era nada original y estaba en la línea ya defendida por estudiosos de esta disciplina como Martínez de Sousa; según ellos, existen razones suficientes para hacer una reforma profunda de la ortografía del español, tan profunda que su ejecución nos llevaría a escribir algo así como “Ciero bibir en el canpo y zenar todas las noches ceso pan y bino, y en el almuerzo un buen giso” [Quiero vivir en el campo y cenar todas las noches queso, pan y vino, y en el almuerzo, un buen guiso] ¿Piensan ustedes lo que hubiera ocurrido si las Academias llegan a sugerir algo parecido a esto? Muy al contrario, descartaron “la idea de una reforma ortográfica exhaustiva” y se centraron en “una revisión” de este código esencial para 450 millones de hispanohablantes, con el objeto de eliminar, “dentro de lo razonable”, la opcionalidad abierta por algunas normas. Los cambios de la Ortografía (2010) son menores y están en la línea de lo que ha sido y será la función de dichas instituciones: resolver las reglas que resultan de dudosa aplicación. No sé quien dijo aquello de que “No hay cambios, ni aun de lo peor a lo mejor, sin inconvenientes”. Pues eso. Ah, de los motivos que nos llevan a defender tan espléndida Ortografía hablaremos en próximos artículos. Todo a su tiempo.

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