Agustín de J. Muñoz Soler
Comentarista político
No es ningún secreto la admiración que poseo por el casco urbano de Mojácar desde que me cautivara a finales de los 60 y desde entonces se ha erigido en epicentro de mi vida personal como también se erigió en el del turismo en el Levante Almeriense al no haber dejado indiferente a nadie de cuantos le han visitado. Sin ser un estudioso de la historia del casco urbano de Mojácar, en la que espero inmiscuirme una vez acabe mi ciclo laboral, pero sí un testigo de su andadura en sus últimos cuarenta años, el esplendor de otrora se ha tornado declive en la actualidad, achacable obviamente a la escasa atención que ha recibido por parte de las autoridades municipales durante los últimos años y muy especialmente en la legislatura municipal que está tocando a su fin.
Yo siempre he sostenido, y hasta que no se me demuestre lo contrario así lo haré, que el casco urbano de Mojácar es el principal atractivo del turismo en el Levante Almeriense y que su estado es proporcional al éxito turístico. Parece que semejante ecuación no es muy descabellada a tenor de la realidad, porque el declive el casco urbano ha ido paralelo a la cantidad y calidad de turistas que llegan a la zona.
Esta pasión personal por el casco urbano de Mojácar, que divulgo y de la que hago gala siempre que se me brinda la ocasión, incrementa esta percepción que a buen seguro es compartida en mayor o menor grado pero que en cualquier caso -por el simple hecho de constituir un patrimonio de cuantos mojaqueros y mojaqueras han visto la luz de su vida aquí y la ingente cantidad de visitantes que hemos tenido el honor de ser extasiados por sus vistas paisajísticas, la luminosidad de sus calles por el reflejo de la cal de las paredes que las conforman y la belleza espectacular de las puestas de Sol que se divisan desde su mirador de la Plaza Nueva- merece una atención especial para su conservación.
Debido a la singular conformación de este casco urbano, que dista abismalmente de las nuevas urbanizaciones, es suficiente razón para velar por su conservación, y ya que se pretende su conservación resulta obvio conseguirla en estado original y no mediante su reconstrucción o exclusivamente con su rehabilitación sino que para preservar la rehabilitación, entiendo, débese garantizar su conservación.
Y desde mi punto de vista esta conservación solo puede conseguirse catalogándolo mediante una recalificación urbanística y para preservarlo de la especulación y los sueños de una noche de pasión y desenfreno. Por esto es por lo que yo, personalmente, abogo y es un momento excepcional para su consecución, que solo será posible si se consigue una concienciación mayoritaria en la ciudadanía y que sea recogida por las distintas fuerzas políticas que concurrirán a estas elecciones municipales. Llego a entender que una catalogación similar a la obtenida por núcleos urbanos emblemáticos como el Albaicín en Granada o por edificios singulares como por El Cortijo del Fraile en Níjar podría ser una garantía.
Pero esta catalogación que supondría una garantía de preservación no sea conjugable con los diversos intereses que confluyen en el casco urbano de Mojácar y consecuentemente condicionen y limiten esta preservación. Solo así puede entenderse que ningún candidato de las decenas que suelen concurrir electoralmente a las elecciones municipales en Mojácar haya reparado en esta faceta del municipio que resulta vital, desde mi punto de vista, para la economía local.
Como yo soy de los que piensan que del pasado hay que aprender pero que no debe erigirse en una plataforma para coger impulso, mirando al futuro y nada mejor desde el presente para constatar que a día de hoy, es decir la fecha en que el amable lector distraerá su tiempo en esta reflexión, ningún Candidato a la Alcaldía ha mostrado su intención de catalogar el casco urbano de Mojácar como garantía de preservación. Tan solo dos candidaturas de jóvenes llevan algunas medidas para revitalizarlo, lo que no llega a su nivel máximo por el que yo abogo.
Los candidatos de Mojácar positiva se mueve tan solo recogen algunos aspectos medioambientales perfectamente asumibles hasta por el PP pero, en mi opinión, no llegan a definirse como un movimiento ecologista como el que avaló al entrañable ex-alcalde Carlos Cervantes ni tampoco se aproximan al ardid político que defiende la joven promesa política que encarna Manuel Zamora que es quien más se aproxima a mi ambición de preservación. Es Manuel Zamora, por consiguiente, el único que vela por el mantenimiento del casco urbano de Mojácar como un enclave singular a mantener por la convergencia de su historia y su valor turístico que entraña, y lo hace mediante la rehabilitación que es la condición necesaria pero no suficiente para su preservación.
Por tanto, ninguna opción política de cuantas concurren a las Elecciones Municipales ni de las que anteriormente optaron se comprometieron a preservar el casco urbano de Mojácar o, cuando menos, a su revitalización, y a la triste realidad me remito, cuando se constata un casco urbano fantasma a tempranas horas de la noche que se ha visto obligado a despoblarse por meras razones vitales y que ha sido el que le ha dado renombre internacional a esta localidad que en la actualidad se ve imposibilitada de competir turísticamente con su zona de playa exclusivamente al haber aniquilado el atractivo que produjo el advenimiento de personas que consiguieron convertirla en un referente de la España peninsular.
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