Luis Cortés
Profesor de Literatura
Decía Bernard Shaw que Inglaterra y los Estados Unidos estaban separados por la lengua común. No hemos de pensar lo mismo de España e Hispanoamérica, si bien es innegable, por un lado, que en el uso de esa lengua común existen ciertos conflictos no solo entre España e Hispanoamérica, sino entre los mismos países hispanoamericanos, y, por otro lado, que hasta hace pocos años no ha habido una colaboración especial entre las diferentes Academias para la creación de obras comunes. Por ello, no nos extraña que cuando se le preguntó al ya exdirector de la RAE, Víctor García de la Concha, cuál era el aspecto del que se sentía más orgulloso en sus ochos años de mandato, no dudara ni un segundo en considerar que este había sido la vocación panhispánica que preside las obras que se vienen publicando en los últimos años: el Diccionario panhispánico de dudas (2005), la Nueva gramática de la lengua española (2009) y la Ortografía (2010). Precisamente, ya en las primeras páginas de esta última se dice que “ha sido concebida y realizada desde la unidad y para la unidad”. Esta condición de panhispánica, o sea el resultado del trabajo de las veintidós Academias que integran la Asociación de Academias de la Lengua Española, es para nosotros el segundo gran valor de la obra por la que seguimos rompiendo una lanza.
Todavía recuerdo la amistosa y socarrona aclaración de una colega de la universidad de La República, en Montevideo, cuando le sugerí por segunda vez coger un taxi: “Luis, aquí, ya te lo dije ayer, los taxis no se cogen, se toman”. Es uno de los muchos equívocos en que se puede ver envuelto cualquier español en diferentes lugares de América. En un artículo muy curioso publicado hace años por Angel Rosenblat, se refleja de manera jocosa algunas de estas situaciones; por ejemplo, en México, el turista español se puede encontrar con anuncios como “Prohibido a los materialistas estacionar en lo absoluto”; los materialistas a los que se prohíbe de manera tan absoluta estacionar allí son los camiones o sus conductores, que transportan materiales de construcción. En Caracas, a nuestro compatriota lo invitan a comer y se presenta a la una de la tarde, con gran extrañeza de los anfitriones, que lo esperan a las ocho de la noche (en Venezuela, la comida es la cena). Son situaciones anecdóticas que siempre van a existir; son problemas de léxico que se terminan resolviendo y aprendiendo: nuestros medicamentos son los remedios argentinos y nuestros chistes verdes son los cachos colorados de los ecuatorianos. Y así podríamos seguir, pues este tipo de variedad léxica es amplia, como decíamos al principio, pero no afecta al sistema de la lengua. Son todos usos que enriquecen la lengua española y que tienen los mismos derechos de aparecer en sus diccionarios. Igualmente ocurre con los fenómenos fonéticos: unos pronunciarán ‘caballo’ y otros, la mayoría, ‘cabayo’; unos, los más, dirán ‘dicen’ y otros ‘disen’ pero, por fortuna, todos habrán de escribir ‘caballo’ y ‘dicen’.
Por encima de estos niveles, léxico y fonético, la columna de la unidad del español es, sin duda, la ortografía; ¿imaginan si unos escribieran caballo y dicen y otros, cabayo y disen? En beneficio de esa unidad y conscientes los académicos de que el sistema de una lengua no puede estar lleno de excepciones, la Ortografía propone, por ejemplo, que se respeten siempre y en todos los lugares las normas de adaptación de los extranjerismos, pues es la única manera de evitar una dispersión mayor entre las hablas que forman nuestra lengua; para ello, la nueva Ortografía detalla una serie de ejes en que se ha conducido su actuación en la búsqueda de esta unidad panhispánica; así, entre ellos y a modo de ejemplo, si un fonema de la palabra extranjera que se quiere incorporar no existe en español (sh en shoot) se asimilará a los más próximos que tengamos (chute).
Bien es verdad, que una cosa es lo que se pretende y otra lo que resulta de su ejecución en ocasiones, pues no hemos de olvidar que las Academias proponen y los usuarios disponen. Como señalaba Rodríguez Marcos, en un reciente e interesante artículo en El País: será usted quien termine eligiendo entre “un friki con pirsin dentro de un yacusi escuchando yas y bebiendo güisqui” o “Un freaky dentro de un jacuzzi escuchando jazz y bebiendo whisky. Por lo pronto güisqui no gustó a los hablantes, por lo que en esta nueva Ortografía se ha sustituido por wiski, tan español como el término anterior fallido y más próximo al original. Las Academias, decíamos, solo proponen.
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