Kayros
Periodista
Quisiera que esta nota no fuera un canto a la nostalgia ni al primitivismo sentimental. Más bien una pequeña lección en la era de las altas tecnologías. Llega de la suave Almócita un ejemplo antiguo de iluminación como actividad original en la II Semana Europea de la Energía Sostenible. El candil, ese instrumento que solo conocen ya nuestros abuelos, volverá presidir como entonces las noches del pueblo en un alarde de imaginación y buen entendimiento con el pasado. Por eso se les pide a los vecinos que apaguen las luz, se abstengan por unas horas del trafico rodado y, si puede ser, acompañen con música bailable la fantasmagoría de las sombras en las paredes.
Lástima que esto sea una simple ceremonia de animadores culturales, porque para los tiempos que corren, los candiles enseñan austeridad, nos hacen meditar en ese cáncer agazapado en todo progreso, y es que si falta la materia prima se va al garete toda la comodidad que anunciaron los profetas. A la luz del candil uno lee que el barril de petróleo anda ya por los ciento veinte euros. Se entera al mismo tiempo que hay por ahí varias guerras movidas por la avaricia de los pueblos desarrollados que intentan asegurarse su gasolina. Pero lo más lacerante es la cíclica discusión sobre los peligros potenciales de la energía nuclear a raíz de los sucesos del Japón.
Quienes usaron en su tiempo el tranquilo candil no fueron victimas al menos de esos peligros. Y no lo digo como una vuelta al pasado, sino como un revulsivo contra los que se enriquecen con el precio de la luz. Una veces por culpa de la moratoria nuclear, otras veces por renovación de instalaciones y otras porque viene la crisis, lo cierto es que el recibo engorda y hay que hacer un curso para leer la factura. Aceite del candil, mano de santo para tantas cosas cotidianas, es lo que necesita esta gente del vatio. Una buena noche de candiles cada quince días y ya verán como salimos de la crisis y llega la recuperación.
(La Voz de Almería)
(La Voz de Almería)
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