Paco Campos García
Doctor en Filosofía y Profesor de de la UAL
Dice un ceporro del Pepé, que no me acuerdo cómo se llama, que si no quiere ver el crucifijo que no mire; que el crucifijo no hace daño a nadie y, además, es una obra de arte. Palabras dirigidas a nuestro diputado provincial que mostró su desacuerdo con la presencia en el salón de plenos del cristo en cuestión. Dos días después salen a la palestra los Templarios (¿) diciendo que una obra de arte puede estar donde sea. Menudo follón con el crucifijo de la Diputación. En el fondo es la misma reacción de siempre, es el nacional-catolicismo que mantiene que el poder político lo es por la gracia de Dios (debe haber en ese salón un nexo divino).
El otro idiota, el templario (que no sé a que viene decir su adscripción a la orden militar), que nadie le ha dado vela, se escuda en el valor artístico: el de una famosa escuela filipina que trabajaba el marfil en el siglo XIX (escuela que nadie conoce). El templario interviene creyendo que él es la última palabra. Por favor, hay que tener moral para ir de templario por la vida, y además diciendo chorradas.
Ni el pepero ni el templario se enteran. Nuestro diputado no está en contra del crucifijo, sino del sitio donde está. No es el salón de plenos el lugar adecuado para un cristo. Allí no se tratan cuestiones religiosas, ni los mandatarios lo son. Ese lugar pertenece a los asuntos terrenales (a ver si así se enteran), a la sociedad civil, y allí se tratan problemas políticos, económicos, sociales, culturales, y no religiosos. Aún si se hablara de cuestiones morales, estas estarían vinculadas a códigos éticos naturalistas, nunca a instancias trascendentes.
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