Paco Campos García
Doctor en Filosofía y Catedrático de la UAL
Y da esa sensación porque Megino, aun diciendo que se va, sigue hablando de él como si fuera de hoy para mañana. Creo que en el fondo él no asume que se acabó lo que se daba. Pasa con esos tipos que se creen imprescindibles, aunque digan lo contrario. Y como entró con protagonismo en la política así quiere irse; como hizo en el sindicato de médicos (y fue odiado intramuros de Torrecárdenas), que entró mandando, como si fuera el jefe de algo, aunque su corazoncito sólo quisiera ser oído como él mismo, siendo el mismo, el que siempre fue, y no el que quiso ser. Megino (Merino para el ordenador) siempre quiso ser, obsesivamente quiso ser y ahí se quedó: limitado por Fiñana, Adra y Pulpí: Grabiel y Luís Rogelio impidieron su candidatura a la alcaldía. Dice todavía (2011) que no son amigos suyos.
Personaje de opereta donde los haya este don Juan de los cojones. Aunque redomado por el tiempo y el pulido de otras mentes que le han frenado y puesto a los pies de los caballos. Nadie como mi amigo Diego lo entendió mejor (también le guarda rencor: se lo hizo ver cuando Diego se despidió de la Corporación, pero ya antes no le podía perdonar el affaire de Juan Berenguer: ‘hola, soy Juan Berenguer; el veguero Juan Berenguer’; ridículo y de vergüenza ajena).
Pero lo triste de este pulítico es precisamente eso, que ha sido un pulítico, porque da la impresión, sólo la impresión, de no haberse enterado de nada. ¿Ignora que la política es el desarrollo de una ideología, que es la práctica de unas ideas que responden a una concepción del mundo de la vida? Creo que no, que da el pego diciendo que lo importante es gestionar (para una minoría, diría yo). Qué pena que un hombre tan mayor y con carrera tenga que recurrir a estos subterfugios para contentar su falsa conciencia.
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