Subdirector de El Correo de Andalucía
Felipe González advirtió recientemente a Zapatero de que cuanto más tiempo pasara sin despejar su futuro, menos margen tendría para ser el dueño de su decisión. El anuncio de ayer no ha extrañado. La sorpresa no ha sido el qué, sino el cómo y sobre todo el cuándo. En el PSOE y la opinión pública se daba por hecho que no repetiría como candidato. Él mismo lo tenía ya claro en Navidad cuando abrió la caja de los truenos con su indiscreción. Posiblemente no tuviera previsto anunciarlo ahora, pero las presiones familiares y las de su propio partido, desatadas por la ofensiva de los socialistas catalanes y el nerviosismo de los barones de Castilla la Mancha y Extremadura ante la inminencia de unas elecciones municipales y autonómicas con una marca PSOE hundida en las encuestas, han precipitado los acontecimientos.
Por estas y otras cuestiones, Zapatero no ha sabido manejar su sucesión. Se le ha escapado de las manos. El anuncio de ayer es el mal menor para un partido que ya estaba movilizado internamente en clave de sucesión. La opinión de Sonsoles Espinosa ha tenido mucho peso en el anuncio de Zapatero de limitar a ocho años su mandato, una decisión que tan sólo conocieron José Blanco y Alfredo Pérez Rubalcaba 24 horas antes de producirse, lo que dice mucho de las preferencias de Zapatero respecto a la sucesión. Él, un optimista irredento, pudo llegar a pensar que los primeros indicios de recuperación y económica y un posible final de ETA en sus últimos meses de legislatura podían ser argumentos suficientes para reeditar la confianza de los españoles. También tuvo claro que era imprescindible agotar el mandato para culminar las reformas económicas que apuntalen la senda del crecimiento y alejen el fantasma especulativo de los mercados. Incluso pudo preocuparle que si renunciaba ahora a la reelección, en un contexto internacional tan complicado por la crisis y las revoluciones árabes, España podía verse perjudicada por la interinidad de su gobierno.
El escenario, sin embargo, lo ha cambiado todo. Sobre todo en el PSOE, donde los movimientos estratégicos han comenzado a producirse sin demasiados remilgos. Existe un pacto tácito de los posibles candidatos para no tensionar al partido hasta después del 22 de mayo, pero la ofensiva descarada del PSC en torno a la candidatura de Carme Chacón no augura que las aguas vayan a estar calmadas. Fernández Vara y José María Barreda han apurado al máximo para intentar mejorar sus expectativas electorales, pero pueden ser víctimas del efecto boomerang. Si obtienen el 22 de mayo un mal resultado electoral no podrán culpar a Zapatero.
En este momento hay muchas miradas puestas en el PSOE de Andalucía y en el papel que jugará en todo el proceso. Los socialistas andaluces, por su peso y trayectoria, se sitúan ahora en el centro del terreno de juego. El anuncio de Zapatero ha venido a reforzar las tesis de José Antonio Griñán, que planteó la necesidad de que Zapatero debía despejar la incógnita cuanto antes para no generar incertidumbre. Con todo, la lejanía de las elecciones autonómicas ha aligerado la presión. Los socialistas andaluces se sitúan, en principio, junto a Alfredo Pérez Rubalcaba como posible relevo de Zapatero. Tienen claro que la federación de mayor peso y con mejores resultados electorales debe desempeñar en este proceso un papel de centralidad: Y deberán jugar bien sus cartas para dar sentido a un partido federal cuando se abra el proceso democrático. Los socialistas andaluces están llamados a liderar un cambio en el que consideran irrenunciable la presidencia del partido en manos de Andalucía, así como la secretaría federal de política institucional y autonómica. Ambos puestos están hoy representados por los andaluces Manuel Chaves y Gaspar Zarrías. Griñán y Chaves, más allá de sus desavenencias, deberán diseñar ahora un frente común con el que reforzar su protagonismo.
Zapatero se retira porque sabe que hoy resta a la marca PSOE. Su popularidad se ha hundido en las encuestas pese a que en los últimos meses ha actuado como un hombre de Estado, sacrificando esa imagen por el bienestar del país, una tarea ingrata que, como cabía esperar, no ha contado con la colaboración del PP, cuyo líder intensificará de aquí a mayo su discurso de exigir elecciones anticipadas. Rajoy tiene servida en bandeja la estrategia. La decisión de Zapatero ha avalado su tesis de que España tiene un gobierno débil en el momento más complicado de la crisis, con tasas de paro disparadas. Los populares intentarán rentabilizar la situación. Zapatero no tendrá más remedio que aguantar las andanadas y seguir trabajando en las reformas bajo el fuego cruzado de la oposición y sus propios compañeros de filas.
El ambiente puede tornarse irrespirable si, como pronostican todos los sondeos, se produce un descalabro socialista el próximo 22 de mayo. La caída de Zapatero, sin embargo, no empaña los logros cometidos en sus años de gobierno. Su primera legislatura estuvo marcada por los avances en materia de derechos sociales. Irak, homosexuales, educación para la ciudadanía, memoria histórica, aborto y sobre todo la Ley de Dependencia, han visualizado las políticas progresistas de igualdad de derechos para los españoles. La negación de la crisis y los errores al hacerle frente se sitúan en el debe de su gestión y en el origen de su abandono.
En principio, Rubalcaba y Chacón se disputarán la candidatura socialista a la presidencia del Gobierno, si bien la segunda aún debe convencer de que es capaz de conseguir el 25% de los apoyos necesarios para abrir un proceso de primarias. El PSOE inicia hoy un camino tortuoso. Un desafío que culminará en marzo de 2012 y en el que Andalucía deberá jugar un papel principal.
(El Correo de Andalucía)
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