Excelencia

José Fernández
Periodista

Nunca me ha molestado admitir que haya gente mucho más inteligente y preparada que yo. Negarlo sería un insulto hacia mi propia inteligencia. Es más, como me conozco, espero que el número de personas con mejor formación y más acreditado criterio que el mío siga creciendo por el bien de España.

Lamentablemente, las reformas educativas propugnadas por el PSOE estas últimas décadas y que el PP no tuvo la habilidad de cortar a tiempo, han trazado un camino descorazonador para la formación de nuestros jóvenes. Presos de sus complejos, los progres más pluscuamperfectos instauraron por decreto la ficción de que todos somos iguales. Y no; no somos todos iguales. Pero no confundamos la igualdad de oportunidades con la igualdad de las capacidades. La equiparación en las oportunidades de recibir formación no debe confundirse con la igualación, por lo bajo, del nivel de la formación recibida.

Uno de los fantasmas de los progres es el tema de la excelencia, un concepto demonizado con todos los colgajos del elitismo excluyente y aristocrático, lo que les ha llevado a rebajar los niveles de exigencia cultural y educativa hasta unos límites tan pintorescos como la eliminación del cero, la dictadura del lenguaje políticamente correcto o la promoción automática de los alumnos multicateados. Y francamente, entre tener a una ministra de Sanidad formada en el bachillerato de excelencia que plantea la Comunidad de Madrid y doña Leire Pajín, no hay color: tener una ministra capaz de conjugar decentemente da menos juego. Así que me quedo con la señora Pajín, que, salvo en su sueldo, es un paradigma de esta igualdad decretada.

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