Hemeroteca de la experiencia

Rafael Leopoldo Aguilera Martínez
 Articulista

Aquellos adolescentes y jubilosos años 70 nos implicamos con idealismo y sentimientos en la transición política, al considerar ésta como un mecanismo de revulsivo y de esperanza de la sociedad de rescoldos de negritud y algo sombría en las postrimerías del siglo XX, con la impregnación de cierto romanticismo ácrata, de negro y rojo, y de una sentimiento sensiblero de la música de “habla, pueblo, habla” y “libertad sin ira”, y olvidarnos de las imágenes del recuerdo que nos ofrecía TVE con la música en blanco y negro de la “romanza” de Salvador Bacarisse.

El pensamiento eran las ideas sin dogmatismos, todas tenían su lugar y su espacio, y todos teníamos también su sitio, cada uno, y también cada una,  atendiendo a su mayor o menor esfuerzo intelectual y corporativo por conseguir con letra de Rafael Alberti, “galopando al sol y la luna”, que la tierra era nuestra y enterrar en el mar todo aquello que había supuesto un error histórico, para unos, y para otros, la pervivencia de valores como el honor, el compañerismo y el compromiso.

No mirábamos sexos, mujeres u hombres, ni edades, jóvenes, mayores, o menos mayores, estudiantes o no estudiantes, etc…lo importante era la socialización, la sociabilidad, sentirte como en “una comuna del 68 francés” en cuanto al grado expuesto de amistad, compartir el mismo ideal, la misma creencia, el mismo sentimiento, sin un valor crematístico ni mercantilista. Todos pensábamos en labrarnos un futuro laboral, aunque fuese de “peón caminero”.

Una parte de esa sociedad de chaqueta y corbata, el Movimiento no nos tuvo en cuenta  en su crepúsculo como herederos de su pesada cruz y extenso régimen de “estrellas de seis u ocho puntas y chaqués”, y otra parte de la sociedad, de jersey de lana y barba ennoblecida con puño cerrado, el Sistema democrático, que no contó con nosotros para la apertura de los nuevos horizontes que se vislumbraban, bueno sí, como ahora, con la servidumbre y el servilismo para pegar cartelitos en las paredes de casas decimonónicas, que otros decían, de los “pijos del centro”.

No nos han servido para nuestras aspiraciones de ejemplaridad pública, los poemas de Miguel Hernández, la lectura Unamuno o Antonio Machado, la defensa de la heroicidad de los “úmedos” (UMD), ni  las películas libertarias de José Sacristán y Fiorella Faltoyano, ni las canciones de Paco Ibáñez y de Labordeta, ni la asistencia a manifestaciones ni actos de afirmación nacional, ni llorar la muerte de  “Javier Verdejo, ni de los guardias civiles asesinados por los “Grapo o Eta”.

Todo ha sido una pérdida de tiempo, todos éstos años esperando que contarían con nosotros, con nuestra experiencia, con nuestro idealismo, con nuestra fe, y no han contado con la inmensa mayoría al no habernos comprendido nuestros antiguos colegas falangistas ni los demócratas a los que pretendimos unirnos.

Toda una generación de la transición abocada al olvido de quienes, tuvimos la grata y gozosa experiencia de vivir con la fresca edad de la adolescencia y la juventud, el periodo de mayor importancia en el siglo XX en el España, “la transición política”. Seguro, que la generación “nini” tendrá más suerte, y ocuparán las grandes cátedras socio-políticas de la invertebrada y plurinacional España “azañista”. Por lo menos aparecen y ganan sus “durillos” en programas televisivos de “tráfico de conflictos”.

Para muchos, no fuimos hábiles conquistadores sociales que pensaba Cantarero del Castillo, aunque sí teníamos virtudes como el don de palabra, el carisma y la simpatía. Bueno, nos queda todavía el grito de “a las barricas”, y el “no pasarán” de Dolores Ibarruri,  antes de pasar a recibir, sí no lo han prohibido el laicismo beligerante y agresivo gubernamental, salvo el pago de la tasa correspondiente, el  Sacramento del adiós.

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