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La vergüenza de Rodalquilar



José María Granados
Periodista
 
He regresado a Rodalquilar tres años y pico después de aquella incursión en la que su denuncia sobre el lamentable estado del viejo poblado minero parecía que iba a acelerar el proceso de recuperación de lo que no era más que abandono. Pero no, a la sombra de las minas, más arriba de la Casa de los Volcanes, se puede fácilmente comprobar que el único avance experimentado en ese tiempo, ha sido la colocación de una valla de alambre que ahora rodea a las casas derruidas. En eso estamos, en el lamento, cuando nos alcanza una especie de brisa que viene del sur, de esa playa que limita con la caldera de Rodalquilar, con ese incorrectamente llamado valle de retazos volcánicos en el que nos movemos. Y con la brisa, una historia singular que alcanza los oídos de quienes no temen escucharla aunque haga dudar de si se está ante una realidad o en esa ficción de los sentimientos que a veces estimula al ser humano.
 
Les cuento. En plena cuesta hacia el camino de los pozos mineros encuentro dos figuras diferentes distanciadas en un trecho corto de camino. Por una lado una chica joven, rozando la mayoría de edad, con un vestido de tirantillas, de color vainilla, ajustado a la cintura, vuelo en la falda y con cremallera en el costado. De otro, un hombre alto y fuerte, entrando en la treintena, con pantalón de pana y sahariana de grandes bolsillos. Irremediablemente se van a encontrar en el camino. La lógica de un encuentro que va a producirse por encima del pararrayos de la iglesia de Santa Bárbara, a un nivel superior al corazón del poblado.

Él es un minero, estancado en los años de esplendor de las minas, cuando el oro relucía en los libros de texto (Oro en Rodalquilar en la provincia de Almería, inmediatamente después de que el aula entera cantara aquello de «plata de galena argentífera de Sierra Morena»). Ella es la hija del director de la mina. Ambos, cada uno a su manera, aman la tierra que pisan, el escenario en el que se mueven a diario, el paisaje que se apunta magnífico desde las alturas. De esa altura regresa él. A esa altura, viaja ella. Hasta que se cruzan. Se paran. Se miran. Se sonríen como saludo.

Cuenta la historia que hartos de tanto cruzarse, al final decidieron estar juntos y que sus espíritus, desde entonces, bajan y suben a diario de las minas al poblado hasta convertirse en la conciencia de los centenares de personas que descubren el paisaje de esta zona de volcanes y que se preguntan, entre otras cosas , la razón por la que tal patrimonio aparece cerrado los festivos precisamente cuando más gente puede visitar la zona… Es que ambos se sienten muy desilusionados por tanto abandono, por tanta promesa rota y por tanta palabrería. Les duele el que año tras año, cuando los medios de comunicación regresan a Rodalquilar y vuelven a preguntarse ¿para cuándo?, las mismas voces autorizadas de siempre salgan a la palestra para decir «para pronto», cuando desde el año 2001, dos lustros hace de eso, la Junta vendió el cielo de Rodalquilar que entonces costaba casi 9 millones de euros, que luego, en 2007, subió a 11,3 millones y que ahora se ha estirado nuevamente. Una vergüenza.


(http://blogs.ideal.es/aguadelcanillo/posts)

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