Josep Cuní
Periodista
Dentro de la variedad de opiniones que estamos publicando sobre la reciente sentencia del TC sobre el caso de la maestra Resurrección Galera, publicamos el artículo de Josep Cuní en El Periódico de Catalunya:
«Como en una nube» dice sentirse Resurrección Galera tras 10 años de espera. No es para menos. El Constitucional ha cerrado el ciclo de dolor de esta maestra andaluza en plena Semana Santa y le da la razón coincidiendo con la Pascua que bautizó a una ciudadana castigada por partida triple. Primero por el Obispado de Almería: no le renovó el contrato laboral por el que impartía clase de Religión en un colegio de la ciudad. Se había casado por lo civil con un divorciado alemán durante el curso, cayendo en evidente incoherencia con la doctrina de la Iglesia. Ante lo que consideró un agravio, Resurrección reclamó judicialmente y se topó con dos sentencias que avalaron lo que ahora el alto tribunal considera flagrante discriminación. Ninguna de ellas tuvo en cuenta más razones que las de la doble moral señalada por un presunto grupo de sepulcros blanqueados. No les importó ni el gran conocimiento de la materia de la maestra ni su excelente condición profesional. Solo que no era ejemplarizante que una mujer para ellos pecadora impartiera una materia que centra su mensaje en la comprensión, la caridad y el amor. Gran paradoja.
Por supuesto que durante el largo proceso se emitieron opiniones y justificaciones distintas de las que en realidad empujaron a la jerarquía a tomar aquella decisión, pero el Constitucional ha hablado definitivamente considerando que es incuestionable que se hizo por lo que todo el mundo entendió. Pero el fallo va más lejos y determina que la relación que la jerarquía eclesiástica tenga con el Estado a la hora de elegir profesores de religión y moral católicas no impide que cualquier discriminación pueda ser vista por los tribunales españoles a tenor de la aconfesionalidad del propio Estado.
Se cierra, pues, una polémica que ha provocado muchos disgustos y más de un despido. O no renovación de contrato si se trata de ser más precisos. Por eso mismo no voy a caer en la tentación de establecer comparaciones con los delitos, confesados o no, asumidos o tampoco, cometidos por algunos clérigos y que sin más mención aparecen ahora en la mente de los lectores. Tampoco voy a hacer un caldo gordo que anime al anticlericalismo rampante que domina y subyuga a una parte de la sociedad. De tan fácil parecería inadecuado, sin que ello quiera decir que no sea pan de cada día. Creo sinceramente que la cuestión no es esta. La cuestión es que en nuestra sociedad conviven sectores que confunden la velocidad con el tocino y que no quieren entender que la libertad, además de ser la base de la democracia, lo es del Evangelio. Sectores que en Almería, por el amor de una mujer, y en Barcelona, por el amor al prójimo, se creen con la autoridad de perseguir a una Magdalena o a un Cirineo. Este sería el caso del pare Manel, a quien sabiamente el cardenal Martínez Sistach no ha excomulgado. Se ha desentendido, pues, de los sectores que clamaban contra el sacerdote que dio dinero a una joven que después lo destinó a abortar, según confiesa él en un libro. Grupos muy activos que solo relacionan el amor fraterno con el Jueves Santo.
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