Paco Campos
Doctor en Filosofía y Profesor de la UAL
Pasan los días y no quiero dejarlos pasar sin comentaros algo que de sobra sabéis y que considero no es una cuestión menor. Me refiero a las desafortunadas declaraciones de Ratzinger, el antes cardenal de altura, ahora Papa. No sé que motivación pudo generar tanta torpeza. El Papa recibió más de tres mil quinientas preguntas del orbe cristiano o vaya usted a saber de qué orbe. El caso es que seleccionaron siete. Repito, siete.
Pues bien, una de ellas era más o menos: ‘qué puedo hacer, que será de él’, y aparecía en pantalla una madre junto a su hijo, ya un hombre, que no articulaba palabra, que carecía de sensibilidad, una nulidad. Y el Papa lo compara con una guitarra que tiene las cuerdas rotas. Inmediatamente piensas en algo inservible, pero no, qué va, lo verdaderamente desconcertante es oírle decir que ese chico tiene alma y lo demás es accidental.
Ratzinger pudo recurrir a algo más esperanzador sin necesidad de símiles, algo más profundo basado en ese desprecio al cuerpo, consustancial a la doctrina cristiana; no sé algo así: ‘no temas por él, porque está salvado en vida; sé feliz pensando en vuestra vida eterna’ (incluyéndola a ella). No, seleccionan la pregunta para marcar la diferencia entre lo perecedero y lo eterno, pero el antes teólogo no le garantiza nada (‘porque si esto te rebela, serás castigada por insumición’).
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