Juan José Ceba
Escritor
Mi otra ciudad, de la que ya he hablado tantas veces, tiene más de cincuenta parques de inmensas proporciones, diseños y cuidados exquisitos. Las vacaciones, para quien llega de esta Almería con terquedad de desierto, son un deleite de paseos por sus sendas. Algunos de estos parques sorprenden al andariego, pues se deslizan con suavidad de verdes y sinfonía de flores por montañas y colinas, hasta el borde mismo de la mar. Los visitantes se muestran sobrecogidos de tantos cuidados y bellezas. Creen que tal delicadeza, exuberancia y empeño en unificar la poesía con la naturaleza resulta inimaginable.
Hasta aquella urbe han viajado, desde aquí, paisajistas solo para adentrarse en su Jardín Botánico, que atesora bosques de robles centenarios y es, posiblemente, el más excepcional y hermoso de nuestro país. No es solo la abundancia de agua lo que propicia el asombro, sino una voluntad impresionante de fundirse en la riqueza vegetal, de ennoblecerla y proseguir con ella un diálogo incesante desde siglos.
En Almería embiste la sequedad de espíritu, que nos hace estar en disconformidad permanente. Al parque Nicolás Salmerón le fueron dando tajos y más tajos, hasta quedar en un pasillo vegetal de ficus prodigiosos. Entre el parque del Boticario y la ciudad hubo algo más que lejanía: faltó una senda verde que los enlazara, con un trasiego de caminantes. La desesperación política apresuró la apertura de un Parque -aún raquítico y falto de centenares de especies- a la orilla del río. Escucho a mujeres desazonadas por el mañana del Parque de la Hoya. Una de ellas, mientras se arranca unos cuantos venablos de dolor, me dice: -temo que nunca tome forma este jardín.
Y ahora, con una trampa nueva, intentan quitarle al gran Parque de la Molineta -a esa enorme y necesaria aspiración de la ciudadanía- las mejores hectáreas, las más ricas en patrimonio, sus valles singulares donde se enraíza su memoria más emocionada; aquel lugar que fue esparcimiento y encanto de generaciones, entre sus cortijos, aljibes, balsas, acequias, el canal de San Indalecio o la molina, a quien debe su nombre.
Si un proyecto general de ordenación urbana se come, a dentelladas, el espacio luchado por la gente, como Parque de la respiración de la medina, y le arrebata -con insensibilidad manifiesta- veinticinco de sus hectáreas esenciales, le invade con la irracionalidad de bloques y viviendas, y le da, como una burla, pedregales, desniveles insalvables, lugares sin valor o peligrosos, es porque el plan no fluye a favor de las exigencias de sus habitantes.
Porque no hay sintonía entre la participación de quienes velan por sus espacios habitables, y sus gobiernos municipales que se vuelven de espaldas al clamor, y defraudan las mejores aspiraciones. Almería sufrió destrucciones abominables desde los años sesenta. Hemos visto en los últimos tiempos la desaparición de la Vega. Y ahora dirigen la guadaña para extirpar el oasis de naturaleza que nos queda. Se trata de un drama de incalculables consecuencias en un lugar tan escaso de parques y de alma vegetal apenas existente.
Es la sinrazón del desierto y la especulación que se impone, de tanta gravedad, que no podemos quedarnos insensibles. Habría que salir de nuevo con los versos combativos de Valente: "Ciudad hipócrita,/ donde nada se anuncia duradero/ sino la mezquindad". Lugar despojado de parques y jardines botánicos. Donde todo proyecto se eterniza. Sitio negado a la unidad con la vegetación. La Molineta se convierte en lugar último de resistencia, isla, fortaleza de mujeres y hombres generosos, capaces de ver y de pensar hacia el futuro. Aquí la medina cultivadora de jardines y poemas puede quedar cercada, ahogada, y perder su encanto para siempre.
(La Voz de Almería)
Ciudad despojada de parques, ciudad despojada de alma
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