Luis Cortés
Catedrático de Literatura
Terminar nuestras intervenciones o partes de ellas con apéndices como ¿me explico? ¿no? ¿verdad?, ¿sabes?, ¿ves?, etc. es algo frecuente que puede servir, siempre que no se haga de una manera repetitiva, para reforzar los lazos conversacionales e incluso para matizar el contenido de la frase que le precede. El problema está, como decíamos, en emplearlos de manera reiterada, hasta el punto de que estos se conviertan en fastidiosas muletillas que solo sirvan para afear nuestra habla. Sobre este mal empleo, afirmaba el profesor Criado de Val que si bien no se podía suspender a un alumno, sí, en cambio, se podía llegar a -aborrecer- a un amigo.
Ya, en un artículo anterior, mostramos nuestro rechazo ante ciertas expresiones de este tipo; por ejemplo, el uso de ¿me entiendes?, forma con la que se parece preservar nuestras deficiencias expresivas cargando el posible déficit comprensivo en la otra persona [Yo me expreso bien y eres tú el que no tienes capacidad para entenderme]. También aludíamos entonces a la conveniencia de sustituir tal forma por ¿me explico?, más delicada y con la que cabe interpretar más las dificultades como propias que como ajenas. Son fórmulas todas ellas muy sujetas a las modas y empleadas hasta la saciedad en unos momentos y relegadas, aunque sigan vigentes, en otros.
En estos últimos tiempos oigo mucho a los jóvenes una expresión tan directa como ¿sabes lo que te digo?; tras su audición, los interlocutores, generalmente, o responden dando su asentimiento o se decantan por un prudente silencio. Cierto es que en muchos de los casos lo único que cabría pensar hubiera sido una respuesta parecida a ¿pero cómo no voy a entender lo que dices si es de sentido común?, si bien los códigos sociales justifican el silencio.
No obstante, el apéndice de moda, el que tiene una vigencia más brillante en nuestros días, creemos, es el ¿vale? Se oye por todas partes y con distintos valores. Mientras pensamos cómo decir lo próximo, se suele usar para rellenar el posible silencio entre la finalización de una idea y el inicio de la nueva; asimismo, nos valemos de él si queremos cerrar nuestro turno de habla y de esta manera hacérselo ver a las personas a las que nos dirigimos.
Recordemos lo dicho hasta ahora: si estos usos se dosifican bien, aunque evitables, son normales y forman parte de la comunicación. El problema comienza cuando su empleo se hace reiterativo, machacón, como, por ejemplo, ocurre en esta grabación realizada en 2007 a un agricultor almeriense:
No, no creo que estén quitando el trabajo de los invernaderos, ni nada de eso ¿vale?, porque está faltando mucha mano de obra en estos sitios, pero mucha ¿vale? Tenía yo ganas de que me hiciera una pregunta así, porque está faltando mucha mano de obra en estos sitios y resulta que es que hay mucho: parado ¿me entiendes? A ver cómo se explica eso. Que me lo expliquen, la gente lo que no quiere es agachar el lomo ¿vale? […]
La persona que habla tiene un nivel sociocultural bajo, lo que aumenta las posibilidades de empleo, pero no las agota, ni mucho menos. De hecho, lo que me sugirió este artículo fue el haber oído esta muletilla, en el plazo de una semana, empleada de forma casi insistente en dos presentaciones diferentes por parte de dos jóvenes profesores. Y esta realidad, que no hubiera sido de extrañar en otros niveles de formación, me pareció inapropiada en estas personas. Cada idea iba rematada con su ¿vale?, lo que hacía que me sintiera, habida cuenta del acto, algo desconcertado. Por favor, si usted tiene esta costumbre de rematar lo dicho siempre con este apéndice, o con otro cualquiera, intente evitarla.
Ahora bien, la audición de tal partícula resulta ya realmente desagradable cuando adquiere un tono chulesco y atemorizador. La persona que lo emite, ignorando su mal estilo, aparenta sentirse orgullosa de su opinión y la apostilla con este ¿vale?, paladín de tan preclaro juicio. Su utilización empequeñece a quien la dice a la par que afea su forma de hablar.
Al oír estos últimos vale solo me viene a la mente la respuesta que dio Sancho al cura cuando este lo amenaza con acusarlo de ladrón si no le dice dónde está su amo. Ocurre en el capítulo XXVI de la primera parte, capítulo en el que se prosiguen las finezas que de enamorado hizo Don Quijote en Sierra Morena. Sancho respondió: “No hay para qué conmigo amenazas, que yo no soy hombre de robo, ni mato a nadie. A cada uno mate su ventura o Dios que le hizo” Pues eso, ¿vale?
Con esta columna damos por finalizada esta segunda etapa (iniciada en agosto de 2010). Desde el comienzo de esta sección, en mayo de 2009, han aparecido cincuenta y cinco artículos, todos los cuales están recogidos en http://www.grupoilse.org/. Gracias.
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