Rafael Leopoldo Aguilera
Como humilde observador de la realidad más cercana, casi con un sentido franciscano, sin ver Intereconomía, ni escuchar la Ser, desde esa visión que nos da el gran angular conjuntado con los cinco sentidos, percibes cómo la sociedad está al margen de las dialécticas y cuasi propuestas estratégicas y astucias políticas en las campañas electorales.
Cuando te paras, aun sabiendo, cual es tu pensamiento, no de ahora, sino desde un día gélido de noviembre, que marcó para muchos el inicio de una esperanzadora etapa, y que a pesar de las circunstancias adversas, en estos treinta y cinco años, algunos chicos de la generación de la Transición manifestamos nuestro elevado descontento con las listas electorales, al ver en ellas personas desconocidas, que sin menoscabar su buena voluntad no destacan en ningún ámbito de la sociedad, ni social, ni económico, ni cultural, solo en el movimiento o grupo político que les acoge con fraternidad subordinadora, y a mayor abundamiento, añadimos los niní, todo un cúmulo de desaciertos.
Siempre oigo decir el término “los mejores” en las listas electorales. ¿Los mejores en qué? En no crear polémica, conflictos, antagonismos, dicotomías, a veces pueden convertirse en “estómagos agradecidos” con matices de servilismo.
Me recuerda mucho a las elecciones municipales por tercios del anterior régimen, que el alcalde, el gobernador civil o militar y el presidente de la Diputación personificaban toda vida política de la sociedad civil. El resto de concejales, diputados, o consejeros del Movimiento provincial estaban siempre en una inferior posición jurídica en la toma de decisiones políticas. Bueno, sí, para asistir con el traje oficial del Movimiento a las procesiones e inauguraciones.
Y a veces puede ser que algunos lleven razón cuando dicen que no se van a dedicar a la gestión de los intereses generales desde la perspectiva política por un salario medio de 1.800 € y abandonar sus profesiones; y por otra parte, aquellos, que no disponen de trabajo, incluso de estudios, esta retribución no les viene nada mal para sobrevivir y abrirse camino entre apretones de manos y besos, lo que implica casi siempre una subordinación en su toma de decisiones ante quienes ejercen la dirección política. Cualquier divergencia les hace no salir en la foto oficial.
La falta de liderazgo, de carisma, incluso de simpatía natural, los discursos repetitivos que acaban haciéndose cansinos, como homilías premonitorias, de si nosotros, o ellos, con las consecuentes consecuencias apocalípticas, que por desgracia están llegando a España, porque peor no puede ir, con cinco millones de parados, y llegaremos a los seis millones, al ritmo que vamos, con la adopción de resoluciones ejecutivas o legislativas extemporáneas, improvisadas y carentes de consenso.
Lo más importante del discurso actual a nivel nacional, es si exhumar los restos de Franco y llevarlos a una fosa común de “Paracuellos del Jarama” o al cementerio de la “Almudena”. Después de él, pensarán en Isabel la Católica, o en, algún Primo de Rivera, el tema es no dejar a los muertos que descansen paz. Y eso que no ha salido en el programa “Sálvame” ningún/a ciudadano/a que diga que es hijo no putativo de Franco o José Antonio Primo de Rivera, que entonces, habría que hacerles las pruebas de consanguinidad post mortem.
En verdad, quedan muchas cosas por hacer, siempre quedan cosas por hacer o por no hacer, no siempre hay que hacer, sobre todo en estos tiempos de austeridad, de sobriedad, debido a las tribulaciones espirituales y económicas que estamos atravesando, no solo en el ámbito institucional, sino en las propias economías domésticas.
Siempre he pensado que los discursos y las propuestas tienen que tener un eje vertebrador, de “Dios, Patria y Justicia”, o, “Pan, Trabajo y Libertad”, como iba a terminar de escribir en 1976 en la playa de San Miguel en Ciudad Jardín un mártir almeriense Javier Verdejo; o “Patria, Pan y Justicia”, y es que no hay Patria sin Religión, ni Pan sin Trabajo y Justicia sin Formación.
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